Antonio Bonet Correa, in memoriam

Un revulsivo en la Universidad de Sevilla

  • El catedrático de Historia del Arte recuerda que hasta la llegada de Bonet Correa el desarrollo de la asignatura terminaba en el Romanticismo y no incluía el arte contemporáneo

Bonet Correa, figura de un gran atractivo intelectual./ ANTONIO PIZARRO

Bonet Correa, figura de un gran atractivo intelectual./ ANTONIO PIZARRO

La noticia del fallecimiento del catedrático de Historia del Arte don Antonio Bonet Correa ha caído entre sus numerosos discípulos y seguidores como un auténtico mazazo; en realidad don Antonio nos había parecido siempre eterno; los años no parecían pasar por él, siempre dotado de un fino sentido del humor, con un toque de coquetería erudita, daba igual cuántos años pasaba uno sin verlo, al encontrártelo de nuevo era siempre el mismo. Curiosamente, aunque por motivos cronológicos yo no fui alumno suyo, procuré en cualquier caso asistir a sus disertaciones y, más adelante, tuve el privilegio de compartir con él varios tribunales de tesis y congresos hasta sentar las bases de una cierta confianza.

Curtido en numerosas instituciones culturales tanto españolas como extranjeras, poseedor de una gran facilidad para los idiomas así como de un voraz interés por temas esotéricos de la historia del arte, que a veces mencionaba en sus clases, no podía extrañar a nadie la popularidad adquirida entre el alumnado; hay que tener en cuenta el ambiente un tanto mortecino de nuestras universidades de aquellos tiempos, en las que las relaciones entre docentes y discentes eran prácticamente inexistentes y su material de trabajo anticuado.

En ese contexto, esas nuevas formas de sociabilidad dejaron una huella profunda; en la Universidad de Sevilla en concreto, donde permaneció en los años 60. La presencia de don Antonio fue un revulsivo que, entre otras cosas, introdujo el arte contemporáneo en el currículum -hay que tener en cuenta que hasta entonces el desarrollo de la asignatura terminaba en el Romanticismo-; por otra parte, la organización de ciclos y exposiciones, la promoción de publicaciones y multitud de otras actividades sobre el arte y la cultura de vanguardias, que don Antonio conocía perfectamente por sus conexiones con el arte de vanguardia internacional, nos abrieron un mundo nuevo.

El último recuerdo que tengo de don Antonio tuvo lugar con ocasión de su distinción como doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla. Por azar resultó que yo era el profesor de más edad del Departamento y, junto con la más joven compañera recién ingresada, tuvimos el placer de escoltarlo al acto protocolario que resultó muy emocionante y, aunque se le veía un tanto debilitado, era imposible obviar el brillo en sus ojos.

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