Gracias a Simenon y Maigret, Leconte y Depardieu se reencuentran con ellos mismos
Maigret | Crítica
La ficha
**** 'Maigret'. Intriga, Francia, 2022, 84 min. Dirección: Patrice Leconte. Guion: Jérôme Tonnerre, Patrice Leconte. Novela: Georges Simenon. Música: Bruno Coulais. Fotografía: Yves Angelo. Intérpretes: Gérard Depardieu, Aurore Clément, Mélanie Bernier, Anne Loiret, Clara Antoons, John Sehil, Norbert Ferrer, Jade Labeste, Bertrand Poncet.
Se hace difícil, para quienes crecimos con él como si fuera un contemporáneo nuestro, que el personaje de Maigret esté solo a siete años de cumplir un siglo: apareció por primera vez, modestamente, en relatos firmados con seudónimo publicados en la revista Detective en 1929 y 1930. La presentación oficial del comisario y de su autor en sociedad se produjo la noche del 20 de febrero de 1931 en el extravagante Baile antropométrico –cuya invitación reproducía la ficha policial del famoso delincuente Bonnot– organizado por el editor Fayard en el cabaret La Boule Blanche de Montparnasse para dar a conocer las dos primeras novelas de Maigret –Monsieur Gallet décedé y Le pendu de Saint-Pholien– al gran mundo literario, artístico y social de París que debía acudir disfrazado de gentes de la mala vida: apaches, delincuentes, prostitutas…
Pronto, pese a tratarse de literatura popular y de género, el talento de Simenon deslumbró: en 1939 escribía el exigente André Gide que era “un novelista de genio y el más auténticamente novelista que tenemos hoy en nuestra literatura”. ¿Su secreto? Quizás la fusión de entretenimiento, profundidad, naturalidad y sobria escritura. A lo mejor, cuando lo maltrataba devolviéndole una y otra vez sus primeros escritos, la influyente Colette le hizo un gran favor al exigirle una y otra vez: “nada de literatura”, “si queda una frase bonita, quítala”, “demasiado literario, mi querido Sim… Más sencillo, siempre más sencillo”.
Simenon es más que Maigret, desde luego; pero es sobre todo Maigret. El cine se enamoró inmediatamente de este corpulento comisario, severo y sobrio, exteriormente inmutable pero íntimamente vulnerable, tan perfectamente perfilado con su mascota, su abrigo y su pipa. Y no fue cualquiera quien lo filmó por primera vez solo un año después de la publicación de las dos primeras novelas, sino Jean Renoir; como tampoco lo interpretó un cualquiera, sino el hermano del director, Pierre Renoir: era La nuit du Carrefour. Después Maigret fue llevado al cine por Julien Duvivier, Maurice Tourneur, Henry Verneuil o Jean Delannoy e interpretado, tras Renoir, por Harry Baur, Albet Préjean, Michel Simon (en un cortometraje que entusiasmó a Simenon: “¡Es él! ¡Es él! Como él Maigret debe impresionar por su estatura. En alguna parte he dicho que se hincha y se crece para asustar”) y Gabin, el definitivo. Maigret es Jean Gabin como Basil Rathbone es Sherlock Holmes y Sean Connery es James Bond: imposible imaginarlo sin los rasgos apretados, rocosos. duros, concentrados de Jean Gabin. Le sucedió hasta a Simenon: “Gabin ha hecho un trabajo alucinante. Incluso me fastidia un poco porque ya no voy a poder ver a Maigret más que bajo los rasgos de Gabin”.
Buen desafío para Patrice Leconte retomar un relato de Simenon tras Renoir, Torneur o Delannoy, autores de las mejores adaptaciones (¿hay un homenaje a Delannoy y le cinema de papá que tanto detestaban los jóvenes de la nouvelle vague?: creo que sí). Pero aún es mayor el desafío de Gérard Depardieu: medirse con Jean Gabin, nada menos. Y no sale derrotado. El mérito mayor de Leconte es haber dirigido al nunca fácil y errático Depardieu con mano que se puede imaginar de hierro hasta convertirlo en una síntesis de la monumentalidad imponente de Michel Simon y la apretada y enrocada contención que siempre parece a punto de explotar de Jean Gabin.
El Maigret de Depardieu lo es todo, la película es su pedestal. Un pedestal más que correcto, que articula perfectamente los lenguajes del cine negro francés de los años 30 (luces a veces casi expresionistas de Marcel Carné) y los 50 (severa contención expresiva y limpia linealidad narrativa de un Delannoy). Le viene bien a la película el raro romanticismo de este Leconte que en sus mejores títulos siempre parece mirar hacia atrás con nostalgia sin incurrir nunca en la retórica retro. La complicidad del también veterano y gran director de fotografía –además de buen director– Yves Angelo (de quien recordamos sus excepcionales trabajos en Todas las mañanas del mundo o Un corazón en invierno) crea el necesario clima, tan Simenon, tan Maigret, melancólico y nocturno.
Gracias a Simenon, Leconte se ha reencontrado consigo mismo logrando su mejor película desde la ya lejana El hombre del tren (2002); y gracias a Maigret, Depardieu ha vuelto a ser ese grandísimo actor que los más viejos recordamos.
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