Camus tuneado

Sundown | Crítica

Tim Roth, en 'Sundown'.
Tim Roth, en 'Sundown'. / D. S.

La ficha

** 'Sundown'. Drama. México, 2021, 84 min. Dirección y guión: Michel Franco. Fotografía: Yves Cape. Intérpretes: Tim Roth, Charlotte Gainsbourg, Iazua Larios, Henry Goodman, Albertine Kotting, Samuel Bottomley, Mónica del Carmen, James Tarpey.

Nihilismo impostado de diseño que, conforme la película avanza, parece una versión sampleada o tuneada de El extranjero de Albert Camus. Los éxitos festivaleros y de crítica de Después de Lucía, El último paciente, Las hijas de Abril y Nuevo orden –en este caso éxito también de público– han convertido al director Michel Franco en el Haneke, el von Trier o –por ponerme más al día del último Cannes– el Östlund mejicano. O, lo que es lo mismo, en el máximo exponente del pos-existencialismo de baratija y el nihilismo de diseño, con tanto éxito como director y como productor de películas de otros, fetiche de los actores, sobre todo estadounidenses, pero también europeos, hartos los primeros de mamotretos digitales o ligerezas indies. Aquí aparecen Tim Roth (que ya trabajó con él en El último paciente) y Charlotte Gainsbourg. Que él haya trabajado con Haneke y ella con von Trier no debe ser casual. Ojo: son dos muy buenos actores y Franco es un buen director. El problema es el tufo a insincero artificio que tienen sus películas en sus planteamientos argumentales y desarrollos.

Sundown no empieza mal con las vacaciones de unos adinerados europeos en un lujoso resort de Acapulco. Los problemas surgen cuando una tragedia familiar les obliga a volver y uno de ellos finge haber perdido el pasaporte para quedarse allí. A partir de ese momento Tim Roth, impasible mascarón de proa en una travesía autodestructiva por sórdidos submundos, indiferente hasta el total desasimiento de sí y de todo bajo un sol abrasador e hipnotizador, se va convirtiendo en una caricatura del señor Meursault de Camus (hasta con su “aujourd’hui maman est morte” que abre la novela, aquí como catalizador de la tragedia, y su asesinato en la playa). Eso sí, un Meursault rico y al principio en un resort de lujo. Y con una familia que más valdría no tener.

Las habituales preocupaciones u obsesiones del director –la muerte, la violencia, el dolor, la incomunicación y junto a ellas una lucha de clases (el choque entre lujo y miseria tan propio de Méjico) que parece haber olvidado sus manuales de referencia para estallar como un absceso no sajado por el marxismo– están por supuesto presentes, convocadas por la máscara indiferente de Roth.

stats