Sanzol y los arrojados
La valentía | crítica
La ficha
**** 'La valentía. LAZONA y El Pavón Teatro Kamikaze. Texto y dirección: Alfredo Sanzol. Iluminación: Pedro Yagüe. Escenografía: Fernando Sánchez Cabezudo, Eduardo Moreno. Vestuario: Guadalupe Valero. Ayudante dirección: Beatriz Jaén. Intérpretes: Jesús Barranco, Francesco Carril, Inma Cuevas, Estefanía de los Santos, Font García, Natalia Huarte. Fecha: Viernes 18 de enero. Lugar: Teatro Central. Aforo: Lleno.
Que el teatro puede vengarse a veces de los tics audiovisuales, de la imaginería boba que conforma nuestros pasatiempos, demostrando de paso la inimitable frescura del directo, es uno de los regalos de La valentía. Puede que el más evidente, que no el más sencillo, ya que hace falta que se dé, como aquí, una rara alquimia entre tipos, cuerpos, gestos, voces, vozarrones y falsetes... (una ajustada circulación de vis cómica), como si la gracia estuviera escrita y al mismo tiempo se rebelara de su cometido de ir encauzándose en una narración.
La justeza y el potencial de fuga del humor dan lustre a una obra que, como siempre en Sanzol (y a veces para mal), nos quiere decir cosas importantes, determinantes, sobre la condición humana y la paleta de sentimientos con que se dibuja su destino. La valentía, tras su risa franca y desacomplejada, también lo ensaya, pero en esta ocasión como un rumor de fondo, tejiéndose con la sonrisa. Si la suspendiéramos nos enfrentaríamos a un triple drama familiar donde tres parejas de hermanos entrecruzan soledades arropados por los muros de una casa que filtra dimensiones y estratos de tiempo como si fuera la verdadera protagonista de la función. Aquí, sin embargo, este tono agridulce a lo Perec sirve para que los personajes adquieran el espesor necesario que evite su caída en la caricatura, en el esbozo de cómic, hacia el que empuja el divertimento y la ligereza.
Así es como sabemos, mientras el mecanismo cómico-grotesco va tomando cuerpo y desarrollándose ante nuestros ojos, de muchas valentías: principalmente, del arrojo de unos excelentes actores que parecen sacudirse el miedo a dejarse arrastrar (a veces incluso literalmente); luego de un dramaturgo inquieto y metamórfico, que aquí sabe ausentarse con elegancia para que la perspectiva escogida permita admirar mejor la bella coreografía de conjunto.
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