Cuanto más, menos

Entre los jóvenes, el flirteo y hasta el amor son en buena medida vía 'smartphone' u ordenador, y eso los erradica de sus prioridades en la vidaLos contactos 'on line' imperan y la cama mengua: ¿recesión sexual?

24 de diciembre 2022 - 01:47

Cuando hace ya varios lustros comenzaron a publicitarse las redes de citas, en este periódico y en esta sección trabajaba mucha gente joven con gran entusiasmo profesional. En general, todos estábamos "en edad de merecer", aunque un par de entre nosotros habíamos ya merecido o sido merecidos. Recuerdo que a varias redactoras les parecía chocante que se vaticinara éxito a aquellas plataformas. La palanca para apostar por dichos lugares internáuticos -que resultaban entonces un cierto tabú- era eso que llamamos segmentación, es decir, el uso de técnicas estadísticas para detectar compatibilidades y acercar con ello a perfiles de singles, miembros del club de los corazones solitarios de aquel fin de siglo. Personas que buscan amor y compañía; quién sabe en qué orden. O mero sexo. Las reticencias de miles de personas han sido hace tiempo abatidas, y la participación en esas redes on line es masiva, diversa, abierta, ya ajena a morales románticas que no dudaban de que lo natural, promisorio e incluso decente era que a tu pareja de por vida o de ocasión la encontraras con mayor probabilidad de éxito en un bar de copas o un tren, o a través de contactos familiares y comunes (esta última es una red social como una casa, por cierto). Y sin previo test de idoneidad. Sin filtros.

Las empresas del ramo facturan hoy varios miles de millones en el planeta, y amigos de usted y míos se suscriben en sus páginas a cambio de una cuota, como lo hacen otros cientos de millones de hombres y mujeres. Y lo declaran en público la mar de tranquilamente, y dan tráfico a las cafeterías, hechas oficinas de selección. Gente además de toda edad, que está In the mood for love: deseando amar; como en aquella película de Ang Lee, pero con la intermediación de celestinas digitales y trotaconventos robotizadas. Benditas sean las almadrabas del amor y el sexo. Empalizadas de red de ingreso voluntario. No hacen levas, no reclutan, a nadie engaña Tinder: los atunes acuden a ellas con espíritu gozoso. Siempre habrá lagartos y timadores infiltrados en ellas -¿no los hay en las barras?-, pero al menos los servicios de citas nos previenen en alguna medida del chasco carrasco y hasta expulsan a los espabilados, que además dejan clara huella para que, a unas malas, intervenga la Policía.

Los caminos de la sociología son bastante inescrutables cuando irrumpen canales de relación tan innovadores. Según hemos sabido por un esclarecedor reportaje de El País del domingo pasado (Insatisfacción en la era del sexo exprés, Karelia Vázquez), la actividad sexual ha caído a su nivel más bajo en los últimos 30 años (Vázquez cita al Pew Research Center, autor del estudio). Una recesión insospechada. Ello choca, en teoría, con la inmensa mayor facilidad para practicar sexo -con o sin adobo de amor, allá cuidado- que propician las citas digitales, si lo comparamos con, por enfocar aquí, la España del landismo, y no digamos de la posguerra. Tan sorprendente hallazgo -¡se liga y pilla menos ahora que en la Transición!- se constata también entre los más jóvenes, quizá víctimas de la pornografía y la naturalización esclavizante de prácticas duras. Los de menos edad son pastoreados por la pantalla listísima hacia el ligue no presencial. Intiman con móvil u ordenador como norma, y no como excepción. Un dato curioso: el sexo sale del top cinco de prioridades de chicos y chicas, e igual sucede con el atractivo físico a la hora de echarse pareja.

Recuerdo con frecuencia a aquella abuela quejosa, serían años casi ochenta, al ver a sus nietos zangolotinos, desmotivados, perezosos, quejosos, desgraciaditos incluso. Teniéndolo to, eran Marías de la O de manual. Se lamentaba entre suspiros, algo enigmática: "Desde luego que contrimás, menos". Eso mismo. Paradoja.

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