El parqué
Álvaro Romero
Ascensos moderados
Tribuna Económica
Sin duda, la situación macrofinanciera ha mejorado tanto a nivel mundial como nacional. Ahora, las mejores perspectivas económicas, debido sobre todo a los avances médicos frente a la pandemia, elevan las esperanzas de que la recuperación pueda empezar de una forma efectiva. Pero el campo de batalla ha quedado devastado, las vulnerabilidades de la economía española se han agudizado y, aunque afortunadamente se ha logrado evitar que la crisis económica desemboque en una financiera, persisten todavía importantes riesgos.
Débiles han quedado las empresas. Muchas han sucumbido; otras muchas están exhaustas: han atravesado un desierto, y terminan además con un préstamo a las espaldas. Débiles han quedado también numerosos hogares, porque el crecimiento del ahorro y el descenso del crédito en el conjunto de las familias, que dibuja un panorama más saneado, no debe ocultar que muchas han quedado frágiles, en los ERTE, en el paro, con menos ingresos o con sus negocios cerrados. Los avales, carencias, moratorias o ayudas directas a las empresas viables con dificultades y a los hogares más afectados tendrán que continuar hasta que la recuperación esté consolidada.
Débiles -ya lo estaban- se encuentran también las administraciones públicas, a las que les ha tocado gastar y gastar al mismo tiempo que se han deprimido sus ingresos. Los déficits van a ser considerables durante algunos años y, consecuentemente, irán elevado el volumen de deuda pública, que ya supera el 120% del PIB. Esto coloca a España en dependencia absoluta del Banco Central Europeo, de que le facilite disfrutar de unas condiciones de financiación que la hagan viable. Además, España tendrá que enfrentar reformas estructurales que retornen las cuentas públicas al equilibrio fiscal en la medida que la recuperación se materialice.
Débiles están o, mejor dicho, siguen nuestros bancos. Antes de la crisis del coronavirus, la rentabilidad ya era reducida por el exceso de capacidad, el saneamiento de balances, el desafío de los tipos de interés, la digitalización y la aparición de nuevos competidores. La pandemia ha venido a intensificar los problemas de este sector en plena reconversión, que ve extendido los tipos de interés negativos en el tiempo. Los supervisores financieros van a tener que vigilar de cerca su evolución que irá ligada estrechamente al ritmo de la recuperación económica.
Y sobre este panorama de debilidad, además, se ciernen aún algunos riesgos. Esta semana, el Banco de España, en su Informe de Estabilidad Financiera, señala tres. El primero, que el crecimiento económico sea menor al esperado, por la incertidumbre que persiste aún sobre la evolución sanitaria. El segundo, que se produzca una corrección abrupta, principalmente por las expectativas de incremento de la inflación, en activos financieros excesivamente valorados, contagiándose violentamente países e instrumentos. El tercero, una posible perturbación adversa de la oferta de crédito bancario si la morosidad latente se materializa. Para disolverlos la esperanza está puesta en los fondos del Next Generation EU, pero no servirán de nada si estos no consiguen elevar el crecimiento potencial de la economía de España.
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