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Análisis

manuel barea

¿Elecciones municipales en Chiquitistán?

El candidato del Partido Popular a la Alcaldía se ha visto impelido a proclamar en una entrevista en este periódico que no es un triste. En esta ciudad infestada de grasiosos con la gracia donde las avispas, José Luis Sanz ha tenido que dejar claro que "no soy un triste en absoluto".

¿Y qué si lo fuera? ¿Fracasaría en las elecciones debido a esa condición? Lo de la tristeza -o no- de Sanz y su imperiosa necesidad de aclarar que no está dominado por ella procede de una de esas trifulcas que florecen en las redes sociales. Y punto. No dedicaré ni un teclazo más al asunto: si tienen más interés en la parida la buscan en Google.

Lo que sí parece que procede es preguntarse si la declaración de este aspirante a alcalde de la capital influirá para que en la contienda por el gobierno municipal que se avecina tengan un papel predominante los chistes, los chascarrillos, las chanzas, los golpes y las ocurrencias. ¿Asistiremos a mítines convertidos en festivales del humor, con los candidatos esforzándose en demostrar a los votantes -el público- que los próximos cuatro años de mandato, con ellos al frente del Ayuntamiento, van a ser para mearse? Tengo entendido que Sanz, en su ambiente, y ya con dos loros entre pecho y espalda, es un cachondo (¿le dará por imitar a Chiquito?). Pero eso tendría que verlo: uno tiene un descreimiento como el de Tomás apóstol.

El augurio, con todo, es para temerse lo peor: los políticos metidos a cómicos. Cuando se han puesto a ello, tirando de gracietas, el resultado ha sido nefasto. Una oda al ridículo. Me viene a la cabeza la idea del candidato a alcalde de Málaga por Izquierda Unida en 1995, el comunista Antonio Romero, quien en la campaña de aquellos comicios aseguró que, de llegar a regidor, en los actos públicos se haría acompañar por una banda de verdiales. (Glup, recemos para que Sanz no sea un fanático de la tuna.)

Cierto es que en los medios de comunicación se usa en exceso la metáfora del circo para dar cuenta de lo que acontece en parlamentos y salones de plenos. Pero ya no es más que una broma pesada que denota una monumental falta de originalidad en los plumillas, tanto en su versión de rudo cronista como en la de fino analista. Metidos a payasos -y existen la figura del payaso triste y la del payaso asesino-, los políticos se han decantado preferiblemente por el payaso coñazo, ese que no para de joder a los otros con su matraca (aquí el payaso asesino debería pasar a la acción enseguida). Y ya lo dijo Michi Panero refiriéndose a su hermano Juan Luis en Después de tantos años: "En esta vida se puede ser de todo menos coñazo".

Y con un alcalde gracioso corremos el riesgo de tener cuatro años de pesadilla. ¿Hilarante? Delirante, diría yo: una pesadilla en la que los habitantes de la ciudad ríen como bobos las guasas del primer edil. Un alcalde impúdicamente convencido de que está ungido por el ángel de la gracia -y créanme, sé de lo que hablo: me tocó tratar con uno así durante demasiados años- es un coñazo en estado puro. Insoportable. Y no te ríes nada.

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