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Análisis

Joaquín Aurioles

Ética, economía e ideología

El interés por la ética en la economía se disparó con la crisis de 2007-2008. Con la caída de Lehman Brothers, hace ahora 10 años, supimos de individuos y corporaciones que no tuvieron escrúpulos para beneficiarse del proceso de desregulación económica que se inició en los 80, despreciando las consecuencias sobre terceros. La codicia se impuso sobre la moral y la consecuencia fue que los pilares del capitalismo se tambalearon durante algún tiempo. Los profetas del derrumbamiento animaban a abandonar el edificio con urgencia, pero el capitalismo consiguió resistir, tras algunas reformas, y dejarnos algunas enseñanzas. Quizá la más valiosa sea la que advierte sobre el peligro de los excesos y la virtud de los equilibrios.

Pero si el sistema económico consiguió resistir, el político quedó bastante maltrecho. Especialmente en algunas partes, como el mundo musulmán, donde la "primavera árabe" desembocó en episodios sangrientos de levantamiento contra la represión política y la corrupción, algunos de ellos tan duraderos y dolorosos como los de Siria y Yemen. En España la reivindicación de una nueva ética colectiva fue capitalizada por el movimiento 15-M, cuya principal consecuencia política fue el final del bipartidismo tradicional y los gobiernos en minoría. También estos diez años han servido para la renovación casi completa de la clase política, incluidos sus líderes, aunque no para superar el viejo debate entre la izquierda y la derecha.

El fundamento del sistema capitalista es el egoísmo de los individuos y la compensación al esfuerzo y a la capacidad, en un contexto de libertad individual y de empresa. El resultado son sociedades eficientes desde el punto de vista económico, pero también desiguales desde el social, por lo que el sistema ha terminado desarrollando mecanismos de intervención en los mercados, que persiguen una solución equilibrada de eficiencia y desigualdad.

La prevalencia de lo colectivo sobre lo individual en los regímenes comunistas y de izquierda radical dio lugar a sociedades profundamente represoras de la libertad y el progreso. Ésta es la causa fundamental de su fracaso y de la supervivencia de un capitalismo mutante que tranquiliza sus conflictos de conciencia alimentando un debate entre la izquierda y la derecha que, en lo económico, no deja de ser una confrontación entre diferentes concepciones del equilibrio entre eficiencia económica y desigualdad.

Digamos que el capitalismo proporciona al individuo un marco de convivencia en el que puede defender sus intereses particulares frente al resto, pero interactuando con ellos.

El marco son las reglas, es decir, las instituciones, y entre ellas las del Estado, en las que el individuo moderno descarga sus problemas de conciencia. Al Estado corresponde, por delegación del individuo egoísta, el ejercicio de la solidaridad y la lucha contra la desigualdad.

En el mundo que nos ha tocado vivir, esta realidad se ve aderezada por una nueva circunstancia. La economía es hoy más independiente de la política que en el pasado. Sus reglas son globales, mientras que los límites del poder político siguen siendo las de la soberanía nacional.

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