Fundación

Donde nació permanece. En la clausura de su capilla, por donde pasa la vorágine de la vida. Por donde discurren los gozos y dificultades de los vecinos de su vecina más antigua, la Reina de los Ángeles. En las tardes desabridas de invierno en una ronda casi vacía o en las horas nocturnas de verano, asoma su figura por ese torno de misericordia que es la ventana que sus hermanos disponen.

Sale el Crucificado a tu encuentro. Habría que construir la relación con lo sagrado también a partir de estos signos pequeños y tan importantes por ser culto y caridad. Teología del borde del manto que donan sus hermanos para que nuestras devociones asomen a los atrios de la vida. Las ventanas a través de las cuales se les puede rezar o contemplarlos. Los retablos cerámicos cuya finalidad era prolongar la cercanía aún cerrado el templo.

Todo tiempo lo funda en el escorzo de su cuerpo vencido en la cruz. En su cabeza reclinada y en el silencio que le envuelve puede mostrarnos en su sobria desnudez la mejor parábola de nuestra Semana Santa. De una corporación, la de los Negros, fiel a su origen y que ha mantenido en la que fuera Ermita, la palabra de la Cruz durante ya 625 años. Funda en sí mismo y en el discurso bellísimo de su cofradía, la memoria a la que siempre acudimos y el presente esperanzado.

Nos trae, cuando recordamos su silueta vencida en el galeón de sus rotundos faroles oscuros, el paisaje con figuras de una Puerta Osario en blanco y negro. De un Jueves Santo que siempre vuelve para herirnos y para darnos vida. Nos habla de los sagrarios pobres que arderán en amor esa tarde hasta agotarse. Cuando pasa por la ciudad es como una fuente que mana en el desierto. Dios, en él, se queda sin nada, todo lo da por amor. A partir del mensaje de la cruz, Dios no está del lado de los que crucifican, está con los crucificados.

Su corporación lo entendió liberando de tantas esclavitudes. Lo sigue viviendo.