José María O'kean

Globalización, desigualdad, populismo y rebelión

Protesta de chalecos amarillos en Francia
Protesta de chalecos amarillos en Francia

26 de octubre 2019 - 08:15

La globalización le ha sentado mal a los países occidentales, a las economías ricas. Pensábamos que era mejor, para todos, esa visión global del mundo y esa expansión del comercio a cualquier país, pero no ha sido así. Los países emergentes, en cambio, han visto cómo crecían a tasas elevadas y mejoraban notablemente sus niveles de rentas por habitante y su esperanza y calidad de vida. Lo han hecho vendiendo a los ricos sus productos fabricados con costes muy bajos y con largos horarios diarios de trabajo. Sus manufacturas han ido dejando obsoletas las industrias de los países ricos y son muchas las personas cualificadas en estos países que han perdido sus puestos de trabajo y la esperanza de encontrar un nuevo empleo.

Las clases medias de los países ricos no han progresado con la globalización.

Las clases medias de los países ricos no han progresado en el período de globalización. Su nivel de renta per cápita ha permanecido estancado en los años previos a la crisis de 2009 mientras observaban como otras personas lideraban el cambio tecnológico y aprovechaban las oportunidades de la sociedad global y la economía digital. Y así, poco a poco, las desigualdades empezaron a ser notables. Después, la crisis financiera agravó la situación. Los ajustes se sufrieron más por unos que por otros. El malestar fue aumentando y derivando en nuevos comportamientos sociales y nuevos movimientos políticos que se ofrecían a resolver los problemas con medidas sencillas, antiguas y falaces.

La globalización ha desmantelado sectores económicos maduros, que no han soportado la fuerte competitividad de los países emergentes

En algunos países, en los que la globalización y la crisis han desmantelado sectores económicos maduros, que no han soportado la fuerte competitividad de los países emergentes, la población ha pedido proteccionismo económico. Salir de Europa y cerrar fronteras o establecer aranceles para evitar el comercio desequilibrado que ha originado la falta de competitividad de estos países ricos. Es el caso de Donald Trump o del Brexit. Y así, han surgido movimientos y partidos nacionalistas que culpan al exterior de la desigualdad y la falta de expectativas y prometen una ilusión quimérica con la autosuficiencia y la autarquía. Un sistema de comercio que perjudica a los que consumen, dado que disponen de menos bienes entre los que elegir y a precios superiores.

En otros casos, han sido los jóvenes los que se han sentido marginados con la dinámica social del sistema establecido. Sin expectativas de futuro, sin trabajo o con empleos con salarios bajos que mantienen pocos meses, con jornadas reducidas, trabajando como falsos autónomos… Ante esta situación, ha surgido el populismo. Una invitación al asalto a los cielos que promete instaurar otra ilusión quimérica en la que los ricos son los culpables y el Estado debe asumir todos los costes de las frustraciones sin saber cómo financiar estos gastos. A lo largo de la historia y en los casos en que gobiernan en la actualidad estos partidos, la experiencia no nos permite atisbar la viabilidad de estos proyectos.

Los casos de corrupción en la financiación de los partidos políticos tradicionales tampoco han ayudado a defender el sistema. Viven el día a día intentando superar su catarsis interna sin plantear una vía de progreso creíble para los más jóvenes y una estabilidad económica en el ciclo vital de los más mayores. También han surgido nuevos partidos, como en Francia, que han integrado las ideas de progreso de la derecha tradicional y la izquierda de siempre y han conseguido llegar al poder rápidamente con una visión más transversal de la política y seguramente más acertada para estos tiempos.

Pero la realidad es dura. Sólo el esfuerzo consigue mejorar nuestra condición humana y nuestro bienestar y no hemos sido educados en el esfuerzo en unas décadas de crecimiento sostenido y abundancia de bienes y servicios.

Y así aparece el descontento de una parte de los más jóvenes, la frustración y, si surge un motivo, la rebelión urbana organizada a golpe de tuits y mensajes de whatsapp. Da igual que sea por una subida de los precios del metro, por el deseo de independencia, por una sentencia judicial, por la pasividad política que mostramos ante el cambio climático, por la marginación social de los chalecos amarillos o por cualquier otro motivo. Juegan una partida de videojuegos contra las fuerzas del orden en el mundo real y se hacen selfis para colgarlos en el espacio digital en el que mayoritariamente viven.

Juegan una partida de videojuegos contra las fuerzas del orden en el mundo real

El sistema de economía de mercado ha sobrevivido porque siempre se ha adaptado a los cambios sociales. Ahora los cambios sociales tienen un ritmo vertiginoso, exponencial, disruptivo decimos ahora, y estamos perplejos y paralizados ante la naturaleza de estos cambios que apenas comprendemos y que diseccionan la cultura y los valores de las diferentes generaciones.

Estamos perplejos y paralizados ante la naturaleza de estos cambios que apenas comprendemos

La historia económica nos remite al momento más parecido a la globalización de los últimos años. Debemos alejarnos hasta finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. El internet de nuestros días era entonces el barco de vapor. No navegaba la información sino las materias primas y las manufacturas de un país a otro. Las grandes multinacionales de nuestros días eran entonces grandes grupo mineros, petroleros, financieros y grandes sociedades comerciales. Entonces los Estados advirtieron la falta de control de estas relaciones comerciales y reaccionaron con medidas proteccionistas y surgieron partidos nacionalistas y populistas. El resultado es conocido: la Primera Guerra Mundial. Una guerra que no se cerró con inteligencia y nos llevó a la Segunda Gran Guerra.

Después construimos el FMI y el banco Mundial, el espacio de comercio europeo y la Organización Mundial del Comercio para reducir los aranceles e integrar a los países, vimos caer el muro de Berlín y aparecer el capitalismo de Estado en China y con la globalización la aparición de los países emergentes y la mejora del bienestar de varios miles millones de personas pobres y desfavorecidas.

Ahora estamos en otra encrucijada histórica con muchos frentes abiertos urgentes, sin soluciones fáciles, con demasiadas promesas irrealizables sobre el tablero electoral y, cuando la realidad de la escasez y la necesidad del esfuerzo se impone, solo quedan actos de rebelión para manifestar el descontento y la frustración del día después.

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