Análisis

Gumersindo Ruiz

Junto a técnica y ciencia. La cultura necesaria

Estamos a principios de curso, niños y jóvenes reciben formación técnica y profesional, unos pocos investigan, y a todos llegan fragmentos de cultura. Pero saber cosas no es cultura; Ortega, hace cien años, sostuvo que la preparación de profesionales y la investigación se quedan cortas si médicos, economistas, jueces, informáticos, o investigadores en biología o física, no son también personas cultas. Tener cultura es disponer de una visión, cambiante, del mundo, sus principios físicos y biológicos, y los de la vida social y económica. No es una ideología, ni una moral, ética o estética, sino un conocimiento de dónde estamos en cada momento de la historia. Alguien no es culto porque sepa mucho de historia, o de medicina, o domine la programación con inteligencia artificial, si no está a la altura en la comprensión de su tiempo; la propia economía sólo tiene sentido cultural en el bienestar de todas las personas. Por eso, el resultado escolar debería incluir si la enseñanza nos ha hecho generosos, tolerantes, mejores y cultos.

Una buena cultura es hoy difícil de adquirir por la complejidad de la ciencia y sus aplicaciones, pero con algo de esfuerzo no es imposible tener una visión culta del mundo, cuya percepción ha ido cambiando, resultando familiar lo atómico, la Tierra en el Universo, su propia creación que antes se calculaba en miles de años, y ahora sabemos que es casi 14.000 millones, o la comprensión del clima -por lo que se ha concedido este año, compartido, el premio Nobel de Física-. Cualidades para ser culto son la curiosidad, tolerancia hacia la ambigüedad, amplitud de visión, experimentar y seguir la realidad, tomar lo necesario de la inteligencia colectiva, y ser precavidos ante la información que nos llega.

También decía Ortega que quien manda debería ser culto, y esto lo aplico tanto a un político, como al dirigente de una empresa, que ha de considerar el impacto medioambiental de la producción; ejercer responsabilidad social, con la inclusión de todos a los que afecta la actividad de la empresa; y dar con un buen gobierno propósito de permanencia a la compañía. Estos principios forman la cultura de la empresa, y todo directivo culto debe dominarlos en su complejidad.

No conocía la obra de Saint John Perse hasta su publicación por Galaxia Gutenberg. Sólo dos poetas tan excelsos como Alexandra Domínguez y Juan Carlos Mestre podían realizar la tarea colosal de esta traducción perfecta. "Y vosotros, ¿quiénes sois, Sabios, para reprendernos" -dice Saint John Perse- "¿Si el mar alimenta un gran poema alejado de la razón me negaréis vosotros el acceso? ¿Y quién, entonces, nacido de lo humano perduraría sin ofensa junto a mi felicidad? Aquel -responde- que desde su nacimiento mantiene su conciencia por encima del saber". Perse, que era un apasionado de la geología y la mineralogía, dedicó su discurso de recepción del premio Nobel en 1960 a la poesía y la ciencia, a partir de la visión de Einstein para quién "la imaginación es el verdadero territorio de la germinación científica". Concluye diciendo: "Frente a la energía nuclear, ¿la lámpara de arcilla del poeta será suficiente? -Sí, sí, de la arcilla se acuerda el hombre".

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