Rafael Salgueiro

Oración, despedida y cierre

Pablo Iglesias felicita a Pedro Sánchez en enero tras ser nombrado presidente del Gobierno
Pablo Iglesias felicita a Pedro Sánchez en enero tras ser nombrado presidente del Gobierno

26 de diciembre 2020 - 08:05

Así, con estas palabras, terminaban las emisiones de televisión, hace ya muchísimo tiempo. Ojalá pudiéramos hacer lo mismo con el año de una catástrofe de la que aún apenas atisbamos a ver la salida y sin alcanzar a comprender las consecuencias que tendrá para el futuro. Es innecesario repetir las cifras del daño en todas las economías o de los desequilibrios que estamos asumiendo en las cuentas públicas. Nos costará mucho a los españoles hacer frente al dopaje que suponen los nuevos fondos excepcionales de la Comisión Europea y las facilidades que ha ampliado el Banco Central Europeo. Los resultados serán útiles, sin duda, siempre que se utilicen con inteligencia, para atenuar la crisis y para contener sus consecuencias inmediatas, pero el riesgo es que eviten la reflexión sobre qué es lo que no funciona bien en algunas economías europeas –la nuestra, sin ir más lejos– y que nos conformemos con un parche de dimensiones descomunales, cuya retirada causaría dolor. O, puede ser, que estemos yendo hacia un caso de economía sustentada en buena parte por una institución y un banco central supranacionales. Creo que lo correcto no es contemplar los fondos europeos como una salvación, sino como una ayuda al esfuerzo que tenemos que hacer por nosotros mismos.

Pero no veo ni claridad ni visión en lo que nos traslada el gobierno. Y, mucho menos, el liderazgo que un país necesita.

Eso sí, veo la disposición a prorrogar los presupuestos del año próximo durante el resto de la legislatura –esto de los presupuestos de legislatura tendría que ser tomado en consideración, como una notable aportación española–, y también la del socio minoritario para utilizar, sin el menor reparo, una situación desgraciada para tratar de avanzar en su programa. Sin tener que gestionar casi nada que resulte incómodo, por supuesto. E incluso dejando de gestionarlo, una vez comprobado que resulta más difícil manejar las responsabilidades asumidas que movilizar a algunos colectivos sociales. Lo digo por el llamamiento que el vicepresidente segundo ha hecho a la movilización de los sindicatos y otros grupos que supondrá afines. Por cierto, a los sindicatos no se les oye hace mucho tiempo. Seguramente, será por mantener la distancia social.

Y en ayuda al programa del socio, y como ayuda a un gobierno endeble, traemos a colación y situamos en primer lugar un asunto que no es estructural, sólo para desviar la atención sobre los problemas verdaderos. Me refiero al empeño en hacer de un problema de comportamiento individual una causa para deslegitimar una institución: la monarquía. Desde luego, la cena de Nochebuena más aburrida ha tenido que ser en la casa de a quien se le ocurrió la sandez de decir que los españoles íbamos a estar hablando de monarquía o república tras el discurso del Rey.

Me temo que quienes más críticos se muestran contra una institución que ha demostrado funcionar muy bien no han leído ni la constitución actual ni la de 1931, la republicana, que no sería aceptable ni para quienes se dicen ahora republicanos ni, mucho menos, los independentistas. Según esta constitución (art. 4) a nadie se le podía exigir el conocimiento y el uso de ninguna lengua regional, salvo que se dispusiese en leyes especiales. Los límites del territorio nacional eran irreductibles (art. 8), las provincias limítrofes podrían organizarse como regiones autónomas y elaborar su estatuto (art. 11) pero con unas condiciones de aprobación que no habría superado más de uno de los actuales estatutos vigentes: dos terceras partes de los electores inscritos –no lo los votantes– de la región. La federación de regiones autónomas estaba expresamente excluida (art. 13). En cuanto a la capacidad legislativa de las regiones autónomas, el artículo 15 señalaba con toda claridad qué le correspondía exclusivamente al Estado, admitiendo que su ejecución podría ser realizada por aquellas regiones que, a juicio de las Cortes, tuviesen capacidad política para ello. Los reglamentos para esta ejecución, por supuesto, podrían ser dictados por el Gobierno de la República. Por otra parte, saltando al último artículo del texto, el 125 tampoco tenía un camino sencillo una reforma de la Constitución.

Desde luego, hay muy notables diferencias entre algunos de los capítulos de las constituciones del 78 y del 3 –el furor anticlerical de ésta, por ejemplo– pero no parece, al menos ante los ojos de un lego como yo, que haya más de dos diferencias significativas. Una de ellas es la prevención ante las consecuencias de los regionalismos y otra la forma de acceso a la jefatura del Estado. Por ser sincero, no soy capaz de identificar cuáles de los llamados “valores republicanos”, una expresión que de nuevo parece estar de moda, no están presentes en la constitución de 1978. Puede ser que yo no tenga claro si se refieren a valores nacidos tras la Revolución Francesa o inspirados en el pensamiento de Platón, uno de los enemigos de la sociedad abierta como nos demostró Karl Popper. En todo caso, creo que consiste en respetar las leyes que estuviesen creadas desde la libertad y en toda la participación posible de los ciudadanos en las decisiones del gobierno, pero con extrema prevención ante las tentaciones del populismo. La democracia es un sistema de contrapesos ejercido por instituciones independientes y de rendición de cuentas; no es sólo el resultado de votaciones. Pero es que para comprenderlo hay que ser demócrata de verdad.

stats