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Análisis

José Ignacio Rufino

¿Pánico? Otro día, ya si eso

Según una ideología u otra, la economía debe andar sola o ir de la manita, pero está muy claro que es adaptativaEl Íbex 35 sube por primera vez tras unas elecciones generales; la prima de riesgo baja

Un bello principio económico de la escuela fisiocrática francesa del siglo XVIII reza así: "Dejar hacer, dejar pasar, el mundo va solo". Es de una belleza ideal, o sea, poco realista y utópica en la práctica, tanto como pueda serlo, en la otra parte (o en la otra mano, que dicen los ingleses: la mano izquierda), el llamado precisamente socialismo utópico, corriente del XIX que postula la comunidad de bienes frente a la propiedad privada, la igualdad en el reparto de productos y el trabajo obligatorio. Por su parte, Quesnay y otros fisiócratas, y luego el escocés Adam Smith, defendían valores y principios opuestos a estos de Saint-Simon o Fourier para maximizar la riqueza: un Estado abstinente, que no tocara a la rosa del libre juego de la oferta y la demanda. Mientras que los socialistas previos a Marx y Engels -fueron ellos quienes acuñaron lo de utópicos, frente al carácter ya científico del socialismo de los dos egregios alemanes- se adherían a la fe de la igualdad y el aseguramiento público del bien común, los prohombres originarios del liberalismo se confiaban a una "mano invisible" del librecambio que ajusta intereses, premia a los buenos y elimina a los ineficientes, generando prosperidad en un territorio… y nunca mejor dicho "un territorio", y pocos más: sobre todos. Inglaterra y sus oficinas comerciales y ejércitos en las colonias, que serían en general saqueadas por lo fino y menos fino para mayor gloria de la metrópoli.

Valga este introito, quizá largo pero seguro que superficial, para traer a colación a ciertos argumentos que han circulado en la pasada campaña electoral que ha deparado un sonoro triunfo del PSOE, comandado por un salvador más que sorprendente, Pedro Sánchez, un político con limitados fundamento incluso en lo que se supone que es su profesión, y también escaso carisma y solidez -o sea, constancia- a la hora de ejercer la política y su mayor amenaza hoy: el Marketing Político, que convierte los mensajes en anuncios publicitarios de ocasión y puramente utilitaristas, muy por encima de la arrinconada ideología. En esta campaña ha circulado la idea de que un gobierno socialista aliado con o apoyado por Podemos y quién sabe qué cuñitas periféricas y extractivas de lo suyo generaría desconfianza económica, huida de la inversión, debilitamiento del crecimiento y empeoramiento de la deuda vía déficit: la ruina. Pero no ha sido así. La economía, si no va por su propio pie, cumpliendo el arriba citado "le monde va de lui meme" de los fisiócratas, sí parece menos influenciable por el cubo de Rubik de los partidos y escaños de lo que algunos pretendían hacernos creer, acongojando al votante.

La prima de riesgo, índice sagrado que medía nuestra posible ruina y nuestro futuro hace apenas siete años, estaba ayer viernes en su valor más bajo desde principios de 2018. Si cotizan ustedes como termómetro de la economía al índice de Bolsa por antonomasia, el Íbex-35, sepan que por primera vez ha subido tras unas elecciones en la historia del llamado selectivo. O sea, nada de pánico a las izquierdas (y repliquemos para el ala opuesta el odioso plural las derechas, un término de moda en el 28-A). Y ni siquiera al nacionalismo pesetero (en el corazón) y bravío (en las formas institucionalmente salvajes) catalán. La economía catalana no se resiente tanto por el procés como se profetizaba. Tampoco la española. La huida de capitales no ha sido ninguna hecatombe, sino más bien algo coyuntural. Va a ser que sí, que la economía va por su propio pie. En el fondo, maliciémonos, lo que sucede es que la economía tiene descontado al juego de partidos a varias bandas, y mira que este escenario poliédrico es nuevo. Vaya solita o deba ir de la manita, la economía es sobre todo adaptativa. Son buenas noticias.

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