
Rafael Salgueiro
El Plan de Defensa o la diferencia entre persuadir y contentar
el poliedro
Son tantas las reuniones lúdicas, los festejos y los parones del ritmo habitual que se producen en nuestra tierra en estas fechas y que tanto trastornan el estudio final de curso de niños y jóvenes, que no recuerdo en cuál de ellos ni quién me recordó aquellos versos del pastor luterano Niemeyer, que suelen atribuirse a Bertold Brecht: "Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí". Ahora, vienen por mí, y por usted, y no digamos por nuestros hijos y nietos, los efectos de la superpoblación del planeta Tierra y las perversiones de nuestros esquemas de producción y consumo, así como nuestra negligencia insensata de sus efectos inmediatos y demorados.
Buena metáfora de este asunto es el penúltimo capítulo de Juego de Tronos, con los Caminantes Blancos cercando a los vivos de toda condición y familia, incluidos los aviadores con forma de dragón: llegan finalmente los mutantes, las tropas sin rostro que nos devuelven la pelota, como pueden revolvérsele las células a alguien abusivo o expuesto a las miasmas de la infinita basura con la que torturamos a un mundo finito. Qué malos terrícolas, y qué buenos esbirros de la ceguera o la codicia han sido los negacionistas del cambio climático o los más finos que niegan que dicho cambio sea antropogénico, o sea, que se deba en buena medida a la acción humana. Lo peor es que solían -ya quedan pocos- trabajar gratis y con pasión para señoritos que ni siquiera conocían: por chupar un poco de cámara y epatar a su audiencia. Bueno, no todos hicieron bandera de la negación sin obtener contraprestación: proliferaron los académicos practicando el egipcio: con una mano entrego el paper científico que te mueres, con la otra trinco billetes de la petrolera u otra empresa de que opera en el sistema de valor energético.
La biodiversidad se reduce a un ritmo imparable o, mejor dicho, que sólo parará con la destrucción más o menos silente de los ecosistemas humanos, ciudades y barrios incluidos. No vemos nuestros bloques de pisos, nuestras calles o parques tocados de muerte, pero lo están: todo lo está. El Síndrome del Zombi bien puede estar azotándonos: que estemos muertos como especie, pero no lo sepamos. ¿Exagerado y pesimista de mala condición? Toque usted las palmas si quiere; otros las alternamos con el doblar de campana, dadas las circunstancias: "¿Por quién doblan las campanas?", "Están doblando por ti", escribieron John Donne y Hemingway, y por aquí lo decía una leyenda de Miguel de Mañara. El caso es que si hay algo transversal -hay que rendirse a la neología de lo políticamente correcto- es el Cambio Climático: afecta a todos los territorios, desde los polares hasta los tropicales o ecuatoriales, y afecta a todas la razas y personas, y ya ni siquiera los derechistas de manual -émulos de Ansar, que hablaban de esto con desdén, como cosa de ecologistas y rojos- dejan de reconocer la evidencia.
Nos quedan los jóvenes, no pocos concienciados y activos (Greta Thunberg con 16 años sacude conciencias), pero no nos queda tiempo. Dicen que aún se pueden hacer cosas. La sociedad y sus mandatarios, chinos incluidos, reconocen el problema. Pero el reloj y los intereses nacionales y privados van en contra de la cura. Por ejemplo, para intentar parar la desaparición de especies animales y vegetales se habla de 11 años, pero con un compromiso conjunto y coordinado de los países, con compensaciones a los desgraciados en el reparto de riqueza (el cambio climático acentúa fuertemente las desigualdades). ¿Se puede? Los que saben dicen que sí, pero ellos suelen ser escépticos y no se creen que haya tanta voluntad como urgencia.
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