Me gusta mucho ver a las niñas y jóvenes que optan por lucir su medalla corporativa pendiendo de una cinta de raso o terciopelo, según su hermandad ha venido disponiendo tradicionalmente. He intentado hacer memoria de aquellas corporaciones en las que habitualmente suelen llevarlas, pero la reflexión arroja una certeza bellísima: son muchas cofradías, y muchas mujeres, las que optan por esta forma tan femenina y bonita de lucir la medalla al cuello. En la elegancia de las tardes de culto, o cuando visten de mantilla, o incluso en el delirio primaveral de una bata rociera por los caminos, la belleza de las mujeres despunta y descuella con esta prenda preciosa.

Lo mismo que cuando un hermano se preocupa de encargarle a Jesús Spínola, de Cordonería Alba, o a Javi Gotor, de Casa Rodríguez, un cordón de su medalla con piernas de metal o de seda trenzada expresamente para él, la elección de una medalla pendiente de la cinta denota un exquisito amor por los detalles, una elección por lo diferente, una mirada cariñosa a la más hermosa tradición. Pasaron los años en los que lucir la cinta se consideraba un sesgo diferenciador, y con el nuevo escenario de género, podría llegar a permitirse incluso que cualquier persona luciera cinta o cordón de manera indistinta.

Hoy mi voz, en el Día de la Mujer, por tantas mujeres que ciñeron al cuello la cinta de la devoción por su cofradía, mostrándola a todos con la feminidad que en nada debilita ni ofende, sino que forma parte del tuétano de nuestras tradiciones más queridas. Una feminidad elegante, sin complejos, que empodera a la mujer tanto como cualquier política de despacho y PDF. Por ellas y por todas las que, día tras día, nos demuestran a todos lo que significa el 8 de marzo. No podía ser en otra fecha que en estos cuarenta días cuando se celebrara esta simbólica efemérides. ¿No saben ustedes que Doña Cuaresma es una mujer vestida de Sevilla?