El tren de la bruja

EN los brumosos conjuros de la brujería, amantísima hechicera, ¿el tiempo es relativo?

-Ya empezamos, plumilla irredento, con los pellizcos; no diré de monjas, que les tengo respeto aunque no nos llevemos bien. Pero ten cuidado este año, que vengo con los conjuros cambiados y puedo convertirte en monaguillo.

-No era mi intención, dilecta bruja de mi añoranza. Tan solo pretendía decirte que se me ha pasado el tiempo muy pronto desde la despedida del año pasado en estas vueltas del tren que nos reúnen al reclamo de la Feria.

-Por qué será, escribidor, que me conmueves, bruja adusta e impertérrita como soy, hasta hacerme cómplice de este juego de cercanías tan distantes.

-Vaya, bruja elocuente, qué oxímoron tan a propósito, una distante cercanía, como el silencio atronador o la acompañada soledad.

-A que va a ser por eso, por la sideral soledad de mis garbeos estrellados, que me guste discurrir contigo, aunque armada de ponzoñas cariñosas. Toma oxímoron otra vez.

-Vamos a tener la Feria en paz o, por lo menos, a comenzarla de ese modo. Confiésame sin trapacerías, entonces, si te inscribiste en el sorteo del Alumbrao para encender esta noche la portada de la Feria.

-Por torpe no te tengo, pero muy espabilao tampoco. ¿Tanto te cuesta recordar que no estoy empadronada en Sevilla o sólo piensas en que tengo más de dieciocho años?

-La edad de las brujas es un enigma, porque la eternidad diabólica permite jugar con los años a beneficio de los hechizos, con sabe Dios -perdón, perdón, Satanás- qué oscuras intenciones. Es verdad que todavía no estás empadronada en Sevilla, pero estoy dispuesto a hacer de corredor y encontrarte un pisito a propósito para las juntiñas de los aquelarres.

-Vamos, que me vas a poner un piso para que te pague con dulces hechizos, so camastrón.

-Qué bruja eres. Por tu condición, claro está, y, ahora también, por el guiño de tus maneras. Ni mi intención era esa, ni tan fácil creo que resultara de proponérmelo.

-Pues anda que no tenemos fama de dispuestas al trato carnal, con el Diablo como maestro y gallo del corral, ahora que no se entera el puñetero macho cabrío.

-En eso habrá que hacer como con los cuentos de Blancanieves, Caperucita Roja, La Cenicienta o Los tres cerditos. Deshacer los argumentos por esa confundida vigilancia de la corrección, que traspone los tiempos y los prejuicios.

-Te estás metiendo en harina de otro costal, plumillita, que querías pincharme con el sorteo del Alumbrao. Pero no te vas a quedar sin saber que he estado las últimas semanas, casi a tiempo completo, confundiendo los sondeos electorales y el veredicto de las encuestas. Y, si no, fíjate en las caritas de algunos prebostes feriantes.

-¡Bruja reciclada!

-Está muy achuchada la cosa y con el tren no tengo para pagarme el piso que me quieres poner.

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