Análisis

Joaquín Aurioles

El coste de la polarización

Según el teorema del votante mediano (Downs, 1957), la opción más votada en un sistema de mayorías será la elegida por el votante mediano, que es aquel cuyas preferencias, una vez ordenadas las de todos los votantes, deja a tantos a su izquierda como a su derecha. Entre sus fundamentos está el modelo de Hotelling (1929), que explica como la competencia en un mercado lineal, por ejemplo, una playa o una carretera, donde diferentes vendedores ofertan un producto idéntico, todos terminarán localizándose en el centro. Según este principio, el éxito en la batalla por el centro del espectro ideológico determinará el vencedor en las elecciones, lo que lleva a los partidos a moderar sus programas, hasta alcanzar un notable grado de coincidencia en sus propuestas. Esta circunstancia garantiza una moderación en la gestión política que, de un tiempo a esta parte, parece estar en entredicho.

Las estrategias electorales de los partidos políticos deben diseñarse para ganar el centro del espectro ideológico, que tiene forma de U invertida porque es en ese punto donde se concentra el mayor número de posiciones. Pero los candidatos los eligen los partidos, donde las propuestas más radicales y, por tanto, alejadas de la moderación, tienden a imponerse. Es una posible causa de la polarización política en Estados Unidos recogida por Acemoglou en un artículo reciente, en el que también atribuye un potente efecto distorsionador a las redes sociales. Hay otras explicaciones, como la tesis de G. Tullock sobre los gobiernos elegidos de forma indirecta en sede parlamentaria.

En estos casos, ni siquiera el votante de la opción ganadora tiene garantizada una gestión ajustada a sus preferencias. Cuando la formación de mayorías lo exige, los gobiernos se ven forzados a equilibrios imprescindibles para poder operar, que fácilmente pueden ser contrarios a lo esperado por sus votantes. En un caso y otro la posibilidad de una distribución en forma de U invertida en las preferencias de los votantes es compatible con un debate político en forma de U normal, en el que las posiciones de sus protagonistas tienden a elevarse por los extremos. El empoderamiento de las opciones radicales puede explicar que en la arena electoral terminen compitiendo propuestas tan alejadas del centro moderado como las observadas recientemente en Brasil, Chile o Colombia y también la formación de gobiernos débiles, obligados a sobrevivir en entornos sociales fragmentados, como en el Reino Unido, tras el Brexit, o Cataluña, tras el procés.

Estos casos de tan acusado enfrentamiento llevan a cuestionar la captura del votante mediano como garantía del éxito electoral y colocan al debate político como causante básico de la polarización social. La racionalidad implícita en el comportamiento del elector es desplazada por el populismo que emerge de las crisis y de la fractura social. La utilización del feminismo o la memoria histórica como instrumentos para el enfrentamiento contra la posición contraria, que, a su vez, levanta las de libertad o impuestos en sentido contrario, invitan a pensar que la lucha por la conquista del centro político ha cedido ante prioridad de destruir al contrario.

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