Antonio Montero Alcaide

Estado de excepción

10 de mayo 2019 - 02:35

El tren de la bruja

Ayer me anunciaste que esperabas mejor suerte como bruja electoral que metida a guía turística por las calles de la Feria. ¿No te hizo Satanás la prospectiva de mercado, verdad?

-Me estás tocando la escoba y, si pocas luces tienes, menos te van a quedar cuando te trastorne la sesera y sólo seas capaz de escribir dictados.

-Por si el Diablo no te ha avisado, ya que me dices que anda chungo y solo se entretiene con La Divina Comedia, voy a darte yo un consejo que me redima de tu aniquilante brujería. No se te ocurra hacer tanteos electorales en la Feria o ensayar alguna diablura para estrenar la campaña electoral que comienza esta noche. De momento, a escobazos en el tren como valor seguro y que se repitan otro buen ratito las bondades del silencio.

-Ni siquiera llegas a travieso, escribiente, así que para ti las diabluras, que yo no me pringo por tan poco y si me pongo es para liarla en condiciones.

-¿Sabes, entonces, que la Feria es un tiempo entre paréntesis?

-¿Te gusta más un estado de excepción, plumilla de cortos vuelos?

-Depende de si utilizas una expresión impropia o la tomas como metáfora.

-No te pongas pedante porque ya debieras saber que soy bruja ilustrada.

-Nunca lo he dudado, que ése es para mí uno de tus encantos más atractivos.

-Pues entonces ni expresión impropia ni metáfora. ¿Es o no la Feria un estado? ¿Y cuanto mayormente acontece en ella, es o no una excepción del común de los días?

-No discutiré tu acierto, bruja elocuente, porque lo mismo quería decir con lo de Feria entre paréntesis, pero me rindo ante el tino del estado de excepción.

-Es propio de la brujería mayor, juntaletras, conocer las maquinaciones del género humano, tanto en su más perversa forma como en esas otras manifestaciones que se dicen de la tradición o de la costumbre, como si por ello más dispensadas quedaran de la reprobación. Si bien, no seré yo, precisamente, quien ponga reparos a esos juegos de las conductas o de las acciones que, como los buenos deseos, ya sabes, o te lo recuerdo, empiedran los caminos de mi morada, el infierno.

-Vaya, bruja, tendré que aplicarme como en un comentario de texto, pero es que aprendí a hacerlos bien por un profesor que depuró, con su sabio ejercicio, esa facultad que tú reduces a la de juntaletras.

-Pues no tardes en decirme, alumno aplicado.

-Advierto, pero tu condición brujesca lo explica, una latente ironía, una atribución malévola, asimismo esperable de tu razón, por la que acaso sólo tengas como artificio lo que, en estos días de Feria, parece una tregua que abole las disensiones y las controversias entre tirios y troyanos. Aunque, ciertamente y en bastante menor medida, también se provoquen por las crecidas escaramuzas de las riñas que descalabran el buen puntito.

-No está mal y puede que asciendas del grado de plumilla con sólo un poco más de esmero.

-Pues entonces, déjame que acabe, metáfora o no, con el escaparate de la Feria. Ya que a la disposición del dejarse de ver acompaña siempre el deseo de ser visto. Por más que se trate sólo de exteriorizar eso mismo que tú señalas, bruja ilustrada, un estado de excepción.

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