La ventana
Luis Carlos Peris
Espectáculo con muertos al fondo
Día de reflexión en el que se va a reflexionar poco. La mayoría de los gallegos tiene su voto decidido desde hace tiempo, aunque un porcentaje de ellos prefieren no reconocerlo y presumen de que todavía se lo están pensando.
Desde luego no es día en el que los gallegos, como ocurre la mayoría de los españoles en el día previo a cualquier elección, se dedicarán a leer los programas electorales para ver si así encuentran la luz que les permita ver cuál es el partido y el candidato que mejor representan sus intereses. Los programas los leen los candidatos, quienes les ayudan en sus campañas, los rivales para tratar de sacarles durante los debates los puntos más polémicos, los periodistas obligados a conocer qué defienden los distintos partidos para trasladarlos a sus crónicas… y los muy cafeteros: los militantes y votantes que se toman muy en serio su voto, que creen que sus partidos merecen que sean analizadas sus propuestas.
Los profesionales de la sociología electoral y de las empresas que trabajan en la elaboración de sondeos y encuestas, con el trabajo previo de trasladar las preguntas pertinentes a los ciudadanos a los que se pregunta, y hacer las correcciones pertinentes a sus respuestas, coinciden en algo que suele inquietar a los partidos que participan en elecciones muy ajustadas, como es el de estas elecciones gallegas: los indecisos.
Los indecisos, los que son reales, pues como hemos advertido son menos de lo que suele decirse, esperan al último día antes de coger la papeleta en el colegio electoral. Y en la casi totalidad de los casos, si verdaderamente no sabe si inclinarse por uno de los dos partidos mayoritarios, opta por la del partido al que las encuestas dan ganador. Porque, si efectivamente hay dudas, prefiere apuntarse a las siglas que van a llevarse el triunfo. Aunque también ocurre, aunque son menos los casos, que los indecisos de verdad se dejan llevar por lo que suele votar su círculo de amigos… o el familiar, aunque pesan más los amigos que la familia.
En Galicia, este 18-F los dos bloques están muy ajustados, con la diferencia de que mientras la izquierda engloba varios partidos –PSOE, BNG, Sumar y Podemos entre otros– en el centro derecha los sondeos aseguran que sólo el PP lograría escaños, pues Vox se quedaría nuevamente fuera del parlamento gallego. Con una incógnita: el partido del alcalde Jácome en Orense que, en caso de ganar algún escaño y deshacer un supuesto empate, nadie es capaz de hacer una apuesta si Jácome se lo daría al PSOE o al conglomerado BNG-PSdeG.
La campaña ha sido convulsa, tanto que en esta ocasión sí ha tenido efecto. La prueba es que cuando se inició se daba por segura la mayoría absoluta del PP, mientras que ahora la izquierda tiene alguna posibilidad de que Ana Pontón, del BNG, pueda ser presidenta de la Xunta con el apoyo de Besteiro, del PSdeG.
El PSOE busca, a toda costa y por cualquier medio, que Alfonso Rueda no se mantenga en la presidencia de la Xunta, porque sabe Génova, sabe Sánchez, que así quedaría afectado el crédito de Feijóo, que es lo que les importa.
Hizo un intento inicial de dañar al PP gallego tratando de identificar el vertido de pelets con el Prestige, pero la polémica duró poco: los gallegos, mejor que nadie, saben perfectamente la diferencia entre una contrariedad –que además no era nueva y la conocían perfectamente marinos de otras costas españolas– y una tragedia como fue el Prestige. Sin embargo los socialistas vieron el cielo abierto a sus opciones de formar un gobierno de izquierdas cuando Feijóo cometió el gran error estratégico de contar ante un grupo de periodistas lo que había hablado su partido con personas de Junts poco después de las elecciones de julio.
Le faltó tiempo al PSOE para hablar de negociaciones y el líder del PP, aunque fue contundente en negar que hubiera cualquier tipo de negociación sobre la amnistía, se enredó dialécticamente y dio más pie a abrir un debate en el que los socialistas pretendieron hacerle pasar por mentiroso e hipócrita.
Le salvaron los socialistas –siempre bien adiestrados en estrategia electoral– al declarar el ministro Bolaños, que participa en las negociaciones con Junts, que la ley de amnistía se iba a aprobar –primer fallo–, luego que si no se aprobaba cabía el indulto, que es prerrogativa del gobierno –segundo fallo–, con un tercer fallo cometido por el ministro Óscar Puente que, el última día de campaña dijo que la amnistía era buena además era necesario aprobarla cuanto antes, porque si no hay amnistía habrá indulto, y por tanto mejor aprobar cuanto antes la amnistía para ahorrar dinero, tiempo y trabajo a los jueces.
Galicia se ha convertido las últimas semanas en el ring del combate de boxeo que mantienen los dirigentes nacionales del PSOE y PP, aunque la ley de amnistía y las maniobras del gobierno para salvar a Puigdemont a cambio de que Junts mantenga a Sánchez durante toda la legislatura, es ajena a los problemas de los gallegos.
Esta campaña sin embargo ha servido para que todos los españoles hayan advertido cómo Pedro Sánchez da absoluta prioridad a las negociaciones con Puigdemont, supedita cualquier otra iniciativa a que Puigdemont pueda regresar a España sin pisar la cárcel.
Las negociaciones las han llevado fundamentalmente Puente y Bolaños, con la presencia de la presidenta del grupo socialista del Parlamento Europeo (PE), la española Iratxe García que, paradójicamente, es una de las eurodiputadas españolas que más luchó para que el PE retirara la inmunidad a Puigdemont. Sin embargo apenas ha aparecido el que realmente ha sido el interlocutor más importante que ha tenido Pedro Sánchez con Puigdemont: José Luis Rodríguez Zapatero.
El ex presidente de Gobierno, una vez que dejó la Moncloa se ha dedicado fundamentalmente a contactos con los principales dirigentes latinoamericanos, sobre todo los más radicales. Ha intervenido en negociaciones de Nicolás Maduro con la oposición, y también es uno de los impulsores del Grupo de Puebla, del que forman parte alguno notorios dictadores de Centro y Sudamérica. Desde hace un tiempo, se ha convertido también en un hombre indispensable para Pedro Sánchez, para el que ha realizado “encargos” delicados. Entre ellos, la negociaciones con Puigdemont.
La suerte está echada para los gallegos, la noche de hoy es probable que se conozca ya el nombre de quién presidirá la Xunta, aunque quedará pendiente el voto extranjero, que en otras ocasiones se apuntó un diputado.
En esta campaña se ha notado más que nunca que los dos partidos nacionales mayoritarios, PP y PSOE, han dado una relevancia extrema a estas elecciones, se ha visto en el desembarco de dirigentes nacionales a Galicia, sobre todo ministros –Génova ha sido más prudente con el número de “visitantes”– y se han trasladado a las ciudades y pueblos de Galicia los asuntos más importantes del debate nacional.
La sensación es que todo está todavía abierto, pero el PSOE ha dejado de luchar por José Ramón Besteiro, ha tirado la toalla, y se ha volcado en prestar ayuda a la candidata del BNG, Ana Pontón para intentar que Besteiro sea el vicepresidente de la Xunta con Pontón de presidenta.
Pero los gallegos son los que tienen la última palabra, y esa última palabra la expresarán hoy en las urnas. Todo lo demás son intuiciones y pronósticos más o menos optimistas. Sin embargo la tensión es máxima: Sánchez lo pasará mal si acumula un nuevo fracaso en su haber, no ha ganado ningunas elecciones, y Feijóo es consciente de que su liderazgo quedará tocado si su candidato Alfonso Rueda, su principal colaborador en la Xunta, no consigue revalidar el cargo.
La política es implacable con los que no acumulan medallas y cuadros de honor.
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