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Análisis

Tomás García Rodríguez

Doctor en Biología

La luz del sendero

Conviene retornar a los montes, las callejas y los prados de estas levíticas comarcas

Las sierras de Aracena en Huelva y la Norte de Sevilla están surcadas de insondables caminos que enlazan distintas localidades por antiguas veredas. Transitar repetidas veces por estos lugares promueve sentimientos y recuerdos de momentos felices, de días tristes, de sueños perdidos, de añoranzas, de amigos ausentes... Mucha vida plena en senderos recorridos habitualmente en soledad compartida, que es como tenemos que andar necesariamente la áspera y gratificante senda que acerca a uno mismo y a los demás. Pateando lo sabido, pisando donde siempre, aunque mirando y sintiendo distinto en cada día que pasa. Los urbanitas nunca hemos de cansarnos de regresar a estas añosas tierras que llevan a muchas partes y que aún nos guiarán a otras por explorar y descubrir. Conviene retornar a los montes, las callejas y los prados de estas levíticas comarcas que conectan y alimentan los inmortales corazones de pequeñas poblaciones con amplia historia en sus adentros, con personas que revelan en su ajado rostro el alma quebrada de los tiempos; disfrutar nuevamente del armonioso canto de los pájaros y del tranquilo discurrir de límpidas aguas en pilones y barrancos; deslumbrarnos ante la visión de recios bosques, de hermosas flores, casonas, establos, animales, huertas o antiguas iglesias; saborear el tibio perfume embriagador de un entorno genuino, envolvente; acariciar centenarias paredes de piedra tapizadas con líquenes iridiscentes que guardan cercados o fincas; abrazar cortezas rugosas de venerables árboles; degustar al fin las ancestrales ofertas gastronómicas de estos parajes, incluidas sus atávicas setas: tanas, boletos, chantarelas, níscalos, setas de chopo, gurumelos...

Cuando salimos de una gran ciudad como Sevilla y nos integramos en estos cercanos paraísos de Sierra Morena que han sido modelados a conciencia a base de luz, de agua, de incansables fuerzas telúricas y de las manos trabajosas del ser humano, se rejuvenece al simple contacto con sus aires puros. El alma sabia de la naturaleza nos llama sin alardes, con paciencia, con sus reclamos invisibles y su humildad perpetua, con los ojos vigilantes de la pureza de su esencia que nos recuerda hacia dónde vamos y hacia dónde debemos ir. Al regresar a la urbe, portamos en el interior destellos de tiempos primigenios y rescoldos latentes de unos Parques Naturales que conviene preservar, pues sus reflejos nos conducen a la matriz de las cosas, a nuestro íntimo ser, a la divinidad, y a vislumbrar los recónditos secretos de aquellas profundas raíces a las que necesitamos asirnos para seguir el mágico sendero hacia la verdad y la luz eterna...

"En el valle, un castaño/ ha elevado sus hojas/ sobre el tejado rojo de una casa/ y ahora puede mirar el horizonte./.../ Necesito vivir en un país/ que no haya renegado de sus árboles,/ necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra"(Basilio Sánchez).

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