El parqué
Álvaro Romero
Ascensos moderados
Sueños esféricos
No me vale que el árbitro inglés Anthony Taylor justifique su decisión en que el defensa español Eric García, al tocar la pelota en su intento de cortar el pase de Theo, iniciara otra jugada. ¿Qué tiene eso que ver con el hecho de que, en el momento de que el lateral milanista golpea la pelota, el delantero parisino tenga alguna parte de su cuerpo que no sean los brazos en posición más adelantada que todos los españoles salvo Unai Simón, como sucedió? ¿También vamos a pulverizar la regla primordial para ordenar este deporte desde hace siglo y medio? ¿Qué nos va a quedar de aquel invento inglés que encandila a todo el mundo salvo a los yanquis?
Perjuicio a mi selección aparte, la controvertida jugada, en la que todos los españoles quedamos aliviados cuando pincharon la repetición de la cámara del fuera de juego, lleva a pensar que, definitivamente, el fútbol va a mutar a otro deporte. Lo seguirán llamando fútbol como también siguen denominando hamburguesas a esos preparados de soja. Pero se tratará de otra cosa. No tenemos ya bastante con que los defensas, en sus áreas, estén más obsesionados con pegarse los brazos al cuerpo como si llevaran velcro que con tratar de sacarle la pelota al delantero enemigo. No tenemos bastante con celebrar los goles por entregas. Encima lo único que parecía mejorar por unanimidad el siniestro VAR, la concesión de goles ilegales por fuera de juego, se pone en tela de juicio por una norma antinatural. Mientras más lo tocan, más irreconocible lo dejan. Como a algunos tras pasarse por el cirujano plástico.
Dos siglos y pico después de que el mariscal Soult, al mando de tropas napoleónicas, expoliara toda suerte de obras de arte de España, entre ellas varios murillos de la preciosa iglesia del Hospital de la Caridad, los franceses (y los ingleses) nos vuelven a robar. Y como entonces, no nos lo devolverán.
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