Stefano Micelli

El ‘runner’ y el nuevo trabajador

El autor señala que es oportuno reflexionar sobre el brusco cambio de perspectiva que la crisis de estas semanas ha impuesto en términos de gestión y de gobierno de lo complejo

La calle Alemanes en la mañana de ayer.
La calle Alemanes en la mañana de ayer. / José Ángel García

23 de marzo 2020 - 05:03

LA polémica sobre los runner desencadenada en estos días en diversos titulares de periódicos merece atención. Los runner, con esa mirada impertinente de quien no renuncia a su propia iniciativa, son un elemento de molestia en una fase de emergencia en la que el liderazgo pide pasividad y riguroso respeto a las reglas. Los runner no contribuyen a la difusión del virus pero contradicen con su ejemplo cotidiano la petición de subordinación que emerge en una fase de crisis dramática como la que estamos viviendo.

En su ensayo The rise of the Creative Class, Richard Florida señala la conexión entre el runner y el perfil del nuevo trabajador de la innovación. En el paradigma de la producción de masa, el deporte ha sido sobre todo mirar a los campeones en la pantalla. La sociedad que nos espera, es la tesis de Florida, estará compuesta por personas activas y autónomas (tipo los runner) que viven una sociedad en la que cada uno es capaz de contribuir al futuro de una comunidad de modo original.

Durante años hemos pedido a nuestros jóvenes cultivar la flexibilidad, desarrollar empresarialidad, enfrentarse a los problemas haciéndose cargo de puntos de vista multidisciplinares. Las ruedas de prensa a las que asistimos en estos días invierten el sentido de estas demandas y proponen de nuevo una idea de liderazgo que habíamos considerado ampliamente superada. El problema no es tanto la petición de quedarse en casa (medida totalmente de buen sentido) sino la demanda de pasividad que se acompaña a ella. Las peticiones de la política se limitan al confinamiento. Incluso los runner son motivo de molestia.

No es el momento ni el caso de juzgar los resultados de las políticas puestas en acto hasta hoy. Es oportuno reflexionar sobre el brusco cambio de perspectiva que la crisis de estas semanas ha impuesto en términos de gestión de la innovación y de gobierno de lo complejo. Un cambio que, en lugar de seguir los puntos de fuerza de la sociedad italiana, los confina a formas de molestia o incluso los rechaza.

En este punto nacen dos observaciones. La primera observación es que este es un momento de crisis y que en las crisis saltan los mecanismos de delegación que funcionan en tiempo de paz. La observación se tiene en pie solo en parte. Está claro ya que esta situación durará tiempo y que incluso superada la pandemia tendremos que reflexionar sobre cómo afrontar situaciones análogas con otros instrumentos. Mejor equiparse rápidamente y emprender un cambio de perspectiva compatible a medio y largo plazo. La segunda observación, más peligrosa, es que en estas ocasiones solo los expertos de un determinado sector pueden indicar soluciones eficaces. Sin la competencia no se va a ninguna parte; esto está claro. El problema es que sin una activación de inteligencia en más frentes, sin la energía de una sociedad civil equipada y preparada, a nuestras élites les cuesta mucho trabajo soportar el golpe de una crisis como esta.

Limitándose a pedir a las personas estar en casa, se infravalora la capacidad de la sociedad civil en promover la resolución de problemas a menudo superior a la de las propias clases dirigentes. Cuando la política ha abrazado la inteligencia y la competencia de la sociedad civil, ha prosperado (véase el Milán de estos últimos años), cuando la ha ignorado e incluso rechazado los resultados han sido mediocres (basta ver las últimas emergencias de los grandes fenómenos naturales).

¿Qué se podía hacer en concreto? Es la pregunta que muchos me hacen con un poco de escepticismo. Se podía hacer muchísimo, imaginando una sociedad que trabaja capaz de expresar inteligencia proyectiva gracias al uso de las nuevas tecnologías. Se podía pedir a los jóvenes diseñadores, médicos e ingenieros imaginar velozmente espacios y soluciones para gestionar el ingreso de los enfermos a la llegada a los hospitales italianos. Se podía pedir a los ingenieros y a los matemáticos construir modelos descriptivos para la gestión de contagios aprovechando los datos de la telefonía móvil y de las redes sociales. Se podía activar el mundo de las startup (nuevas empresas) para volver a pensar los servicios a las personas (distribución de alimentos y fármacos) con atención particular a los sectores más débiles de la población. Se podría (ahora) imaginar con arquitectos y diseñadores la disposición de bares y restaurantes en vista a los nuevos estándar de higiene pública pensando a una reapertura antes del verano.

Allí donde había estos márgenes de maniobra la sociedad italiana ha demostrado saber interpretar el cambio con una habilidad sorprendente. La migración del analógico al digital en la didáctica de nuestras universidades es un ejemplo de cómo incluso organizaciones poco proclives al cambio pueden demostrar capacidad de adaptación aprovechando el potencial de las nuevas tecnologías. Vemos esfuerzos de innovación similares en las empresas (desde las válvulas impresas en 3D a las mascarillas producidas en las tipografías), aunque con un retraso debido a la justificable fase de shock.

Es más difícil que estas dinámicas surjan donde es necesario coordinar sujetos que no se pueden reconducir al perímetro propietario de una única organización. Cuando la innovación necesita la unión de subjetividad, relativamente distantes entre ellas desde el punto de vista de los intereses económicos y del conocimiento recíproco, los procesos que hay que poner a punto son más complicados. Unir una nueva empresa que trabaja los data mining con los servicios sociales de un ayuntamiento para captar los puntos críticos de un territorio no es una operación que hay que dar por descontado. En este sentido la política es esencial. Es la política la que tiene el deber de construir un marco de sentido común e instrumentos operativos para favorecer procesos de innovación a lo largo de recorridos heterodoxos.

Una política que la toma con los runner y con lo que representan no va muy lejos, al menos en Italia, porque esas ganas de autonomía puede ser la gasolina para un recorrido de innovación y experimentación de los que nuestra sociedad tiene desesperadamente necesidad. No saldremos de este impasse con el retorno a las jerarquías decimonónicas. Superaremos esta crisis si sabemos poner en marcha una energía y una competencia distribuida a las que hoy cuesta trabajo resurgir y encontrar canales de organización. Sugiero un hashtag #juntosseinnova.

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