Diez negritas.

Diez negritas. / M. G.

En la presentación de los presupuestos sucede como en los discursos fúnebres: ¡todo son virtudes! Se tiende al elogio superlativo huyendo de las debilidades. Y cada año se repite el ritual, en gobiernos, comunidades, ayuntamientos... La ministra de Hacienda dijo que éstas eran las cuentas más expansivas, más competitivas, más productivas, más sostenibles... Pedro Sánchez añadió: más justas, más cohesionadas... y Yolanda Díaz remató: más inclusivas, más feministas... A los habituales fuegos de artificio retórico que cubren los titulares con adjetivos de colores esta vez se le añade mucha pasta europea. Después de lo visto en Moncloa, Juan Bravo, con ese aire de estar recién salido de un cuadro del Greco, algo entre el Conde Orgaz y don Miguel de Mañara, va a tener difícil presumir de sus presupuestos al mismo nivel.

María Jesús Montero, en un arrebato andaluz, llegó a decir que sus cuentas son "preciosas". Léase presiosah. Es el último adjetivo que cabía imaginar, aunque los treinta mil millones de vellón procedentes de Bruselas tengan el efecto de un chupito de tauritina con metanfetamina. En fin, definitivamente nadie se imagina a Juan Bravo compitiendo en ese campo semántico a ver quién la tiene más grande... la adjetivación de sus presupuestos. De hecho, a Bravo le gusta cultivar el estilo conservador: "Prudente y realista" es lo que dijo un año atrás de su presupuesto. También dijo: "Las cuentas de 2021 son las de la certidumbre, la honestidad y la credibilidad". He ahí un ejemplo maravillosamente gráfico de la diferencia entre la "imaginación conservadora", que dice Gregorio Luri, y el imaginario progresista. Mientras unos ponderan sostenibles, inclusivos o feministas, otros prudencia, realismo y certidumbre. No en vano Juan Bravo confesaba esta semana que su aliado natural para sacar las cuentas no era Juan Espadas sino Vox, considerando que con Vox ya ha sacado tres adelante.

Y en eso coincide Juan Marín con el sibilino consejero de los números, y por cierto también con Manuel Gavira, que ironizaba sobre Espadas y sobre Moreno: una vez que Casado sitúa al PP junto a Vox, ¿dónde queda el PP andaluz? El caso es que a Marín todo ese cortejo de Juan Espadas a Juanma Moreno, o de Juanma Moreno a Juan Espadas, le carga. Entre otra cosas, como él mismo clamaba, porque el Gobierno está compuesto por PP y Ciudadanos, y si hay que negociar, hay que hacerlo con los dos partidos, no sólo con el PP aunque sea mayoritario. Para Marín, eso no es una negociación sino la búsqueda de una foto. Claro que no se sabe si ese dardo va dirigido realmente contra Espadas o también contra el presidente, con quien hasta ahora parecía tener una relación idílica. Tal vez la estrategia nacional de Casado de absorber a Ciudadanos haya acabado por introducir una cuña de desamor entre ellos, como en la primera estrofa de una canción de Pimpinela. En todo caso Marín reclamaba la negociación parlamentaria, y aprovechando que el Guadalquivir pasa por Sanlúcar, dio estopa a Espadas también por inventarse una agenda parlamentaria para estar en la cámara en la que no está. Tirando a dar.

Impuestos ideológicos

En la democracia iliberal, o postliberal, la política tiende a la religiosidad, con las ideas reemplazadas por dogmas y mandamientos. Las religiones tienden a ser excluyentes, de ahí el deterioro de la tolerancia pluralista. Y esto se da en los extremos, con sus integrismos populistas, pero no sólo en los extremos. Por eso se hace política con la dicotomía paraíso/infierno: unos y otros actúan como depositarios de la tierra prometida del buen futuro frente a las calderas en que arderán los pecadores. Y los impuestos proporcionan algunos de los dogmas favoritos de las religiones políticas. Se habla de los impuestos como si fueran verdades reveladas en el Monte Sinaí; por más que la política fiscal, por supuesto con fundamentos ideológicos, no está llamada a encandilar a la feligresía sino a mejorar la eficiencia de la gestión pública ¡en unas circunstancias! ¿A quién le importa esa racionalidad?

Un caso: el acuerdo del 15% en el impuesto de Sociedades no es un arrebato bolivariano, sino un paso lógico liderado por la OCDE, al que suman hasta 136 países, como ayer titulaba Financial Times, que no es precisamente el diario de cabecera de Maduro. Algunas críticas del PP, a rebufo de la patronal, parecen de oficio.

Otrosí: María Jesús Montero, por cierto, en su semana estelar incurría también en un ejercicio tramposo cuando acusaba al Gobierno andaluz de bajar impuestos y a la vez pedir más fondos al Gobierno. A ver, aspirar a que en el reparto de fondos no te traten con inequidad es independiente de los impuestos. ¿O María Jesús Montero está sugiriendo a Moreno que acepte una mala financiación de Andalucía y lo compense subiendo impuestos? Montero, por cierto, siempre peleó por la mejor financiación andaluza y también bajó sucesiones y donaciones siendo consejera.

En fin, esto se computa en balances, no en adjetivos o titulares epatantes. Es lo malo para algunas de las críticas de la izquierda a quien exhibe ciento veinte mil contribuyentes nuevos y el aumento de seiscientos millones en la recaudación. Algo que no excluye errores, claro.

Esto va de elecciones

Si un gobernante le da un cheque de 400 boniatos al medio millón de jóvenes que cumple 18 años en el próximo ejercicio presupuestario, y además lo hace 24 horas después de anunciar otro cheque mensual de 250 para vivienda, es inevitable sospechar que las elecciones están en el horizonte. La reacción indignada de la oposición no es por el electoralismo obvio, sino porque sospecharán que eso puede funcionarle a Moncloa. Es obvio que el PSOE puja por el voto joven perdido. Teo García Egea, manca finezza, denuncia que el Gobierno transmite a los jóvenes que en España trae más cuenta ser okupa que propietario. Claro que también Yolanda Díaz ha dicho que "los jóvenes no quieren paternalismos". Todos pelean por los votos.(Por cierto, enhorabuena al aparato de propaganda de Moncloa que supo desviar la atención del bono hacia el debate de los toros para que: 1) no se hablase de la compra de votos; y 2) se apuntasen la medalla de antitaurinos que funciona en ese segmento. Brillante.)

El electoralismo va de suyo. Los gobernantes dispuestos a hacerse el harakiri perdiendo elecciones por el interés general no existen, o no aquí al menos. Si acaso hay que distinguir el electoralismo normalizado y el electoralismo impúdico, que puede ser mucho más impúdico que algunas miradas. Elías Bendodo ironizaba sobre el impudor del bono cultural limitado sólo a los nuevos votantes que cumplen 18: "Se nota demasiado, ¿no?". Claro que ahora habrá que poner el foco en el presupuesto de Andalucía, que es el próximo escenario electoral. Con seguridad habrá urnas en el ejercicio presupuestario de 2022. De sacar las cuentas con el PSOE, se trasladará la tensión a los extremos. ¿Pero quién apuesta por eso? Juan Bravo, con esa gestualidad hipercontrolada de jugador de mus o de asistir al entierro del Conde Orgaz, no. A ver.

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