La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
Entre las noticias que han marcado el fin de este triste noviembre de penuria, epidemia y restricciones, una de las más comentadas en mi círculo de amigos y conocidos ha sido la del cierre del café Habanilla, uno de los lugares de reunión más emblemáticos de la Alameda de Hércules. Otro más de la creciente nómina de negocios de hostelería que están bajando con carácter definitivo la persiana, en medio de la que promete ser la peor crisis económica conocida por nuestra generación.
Atrás quedan los tiempos inmediatamente anteriores a la emergencia del maldito coronavirus, en los que en compañía de otros noctámbulos solía salir del pintoresco establecimiento por una puerta lateral, a instancias de su dueño, mientras escuálidas legiones de policías locales clausuraban bares y ponían fin a la diversión de los centenares de personas congregadas en los aledaños.
Y mientras nos enfrentábamos al moderado frío de la madrugada hispalense, dejábamos a la sugestiva camarera que nos había servido los últimos botellines, tras aquel mostrador con aroma de bar antiguo en torno al que se arremolinaba un variopinto caleidoscopio humano de las más diversas procedencias sociales y geográficas. Todo ello, al son de una notable selección musical y de una curiosa decoración que le daba ese aire vintage que tanto gustaba a los parroquianos habituales.
Como recuerdan desde el propio café, a través de su perfil en redes sociales, el Habanilla inició su andadura en 1993, en los meses posteriores a aquella Exposición Universal que alumbró la Sevilla actual. Gracias a la actividad de este y otros locales como los también añorados Corto Maltés y Naima, empezó a adquirir otro color aquella Alameda canalla de los años 80, en cuyos callejones adyacentes nos perdíamos los estudiantes del cercano y centenario instituto de bachillerato, a compartir el acre sabor de las litronas de cerveza, en la inquietante vecindad de traficantes, navajeros, drogadictos y prostitutas.
En el lugar de aquel territorio comanche, se levantó progresivamente, y animada en buena parte por la especulación inmobiliaria que acabaría devorándola, una nueva Alameda. Espacio convertido en zona de referencia, tanto para una Gauche Divine sevillana, representada por músicos, actores, literatos, groupies y otros especímenes bohemios, como para otros sectores de la fauna urbana ajenos al tópico gauchiste.
Fue el Habanilla una de las paradas indispensables en aquellas rutas de copas, tapeo, exposiciones, recitales y conciertos que podían prolongarse desde el luminoso mediodía hasta la oscura madrugada, poniendo a prueba la resistencia de toda una hornada, la mía, que nació en ese tardofranquismo que algunos pintan en blanco y negro y vivió sus años de plenitud en la hedonista España de González y Aznar.
La desaparición de éste y otros espacios, sea por la pandemia o por la gentrificación, marca un fin de época para los que un día fueron bellos ángeles nocturnos que compartían sueños, bajo las columnas romanas del corazón de la ciudad.
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