Tenía que dar el primer paso en pos de su objetivo preferido y lo dio el Sevilla como suele, con una autoridad indiscutible más el aditamento de un fútbol rayano en la perfección. Pudo registrar el enfrentamiento con la Roma un marcador como de goleada búlgara. Se quedó en un 2-0 que sabe a poco, pues las ocasiones ante un Pau López empequeñecido fueron tan abundantes que todo debió acabar de forma sonrojante para los romanos.

La primera parte del Sevilla le salió que ni soñada, modélica y como desea cualquier entrenador. Dominando las posesiones y manejando a su antojo el juego, la Roma era un juguete bajo las botas sevillistas. Lo mismo triangulando en una loseta que cambiando de dirección mediante envíos de sesenta metros, con especial mención para Suso en este apartado, el electrónico tardó veinte minutos en abrirse, pero por entonces ya habían podido anotar Ocampos y Koundé.

Abrió la cuenta Reguilón en colaboración con Pau López tras un demarraje a la contra que cogió in albis a todo el sistema defensivo de los giallo rosso. Se veía venir, igual que se auspiciaba el segundo tanto en una versión perfecta de cómo combinar la presión plena de virilidad con la velocidad y decisión de Ocampos para servirle un bombón a En-Nesiry. Aquello estaba resuelto y a camerinos se va con la convicción plena de que el Sevilla volverá a jugar el martes en este mismo sitio.

El segundo tiempo fue un más de lo mismo, con Bono como espectador privilegiado, ya que no se le recuerda una sola intervención comprometida. No se limitaron los de Lopetegui a guardar la ropa, sino que nadaron como cuando no tenían nada conseguido. Un gol anulado milimétricamente por el VAR a Koundé, otro tiro a la madera, ahora de Banega, pudo llevar la cosa a esa goleada búlgara, pero qué más da. El Sevilla está nuevamente en la senda de conseguir lo que quiere.