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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Yo también soy Almudena Grandes

Ha triunfado la consigna de que toda idea política es sospechosa. Se buscan cerebros blandiblús

Almudena Grandes, en una imagen de archivo.

Almudena Grandes, en una imagen de archivo. / DS

ESTA es la segunda versión de un artículo sobre la creación por el Ayuntamiento de Sevilla de un premio de literatura con el nombre Almudena Grandes. En la primera esgrimía dos argumentos para oponerme a la iniciativa: la escasa vinculación de la autora con la ciudad de Sevilla –algo que debe ser importante en un galardón municipal– y el seguidismo con esa operación mediático-política-cultural que quiere convertir a la novelista en algo así como la escritora oficial del Gobierno Frankenstein, como me comentaba recientemente un amigo. No hay duda de que hay algunos que tienen prisas por introducir a Almudena Grandes en el gran canon de la literatura española sin que el tiempo y la crítica depuren las pasiones y perspectivas del presente. Sus razones no literarias tienen.

Sigo manteniendo los argumentos del primer borrador del artículo antes referidos. Almudena Grandes siempre fue una mujer de disenso, no de consenso. Quien conoció sus columnas de radio y prensa supo lo arbitraria, apasionada e injusta con el adversario que podía llegar a ser (me imagino que como yo, aunque juegue en una categoría muy inferior). Pero que fuese una roja feroz no le quita ni le añade un gramo de calidad a sus libros. Hoy en día ha triunfado la consigna de que toda idea política es sospechosa. Lo hemos visto en la apoteosis del centrismo juanmista, la mayoría absoluta de la inanidad. Se buscan mentes asexuadas, cerebros blandiblús, sin más pasión que la cuenta corriente y el veraneo. Llaman moderación a lo que es simple vacío. El gran cero.

Almudena Grandes no era así. Yo no compartía sus ideas y sus columnas me ponían de los nervios, pero me gustaban muchas de sus cosas. Me caía bien porque era roja sin pedir permiso para serlo, porque sabía ser feminista sin privarse del gusto de cebar con croquetas a su grey, porque era una castiza madrileña que (como todos ellos) amaba Andalucía y porque se pasaba por el forro los dictados estéticos de las niñatas de la nueva siniestra. No era mujer de selfies en Nueva York. En definitiva, que yo también me siento un poco Almudena Grandes, aunque en versión heteropatriótica y de provincias.

Así que, alcalde, adelante si quiere con lo del premio. Sólo le pido dos cosas: quítele eso de que se valorará el “compromiso social”, suena muy mal, como a monja progre; y dele de una vez una calle o lo que sea a Aquilino Duque, que también fue un gran escritor politizado, pero con el añadido de que –él sí– estaba profundísimamente vinculado a Sevilla, a la que le dedicó párrafos y poemas hermosísimos.

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