Tomás García Rodríguez

Aníbal González y los naranjos

Fue responsable de unas doscientas actuaciones que modifican para siempre la piel de Sevilla

16 de octubre 2021 - 01:47

Aníbal González y Álvarez-Ossorio nace en Sevilla en 1876 en el seno de una familia de cierta prestancia social, pero de escasos recursos. Tanto es así, que necesitaría la protección de su primo hermano Torcuato Luca de Tena, fundador del diario Abc, para cursar sus estudios de arquitectura en Madrid. Una fecha clave en su vida sería el año 1911, cuando accede al cargo de Comisario y Arquitecto Jefe de la Exposición Iberoamericana que se inauguraría en mayo de 1929, tres semanas antes de su muerte. Dentro de este magno proyecto, traza la Plaza de América con sus magníficas edificaciones y la Plaza de España, que extiende sus acogedores brazos al Parque de María Luisa y a la eternidad.

Su concepción esencial de la arquitectura se basa en combinar materiales y sentimientos de tradición antigua y arábigo-andaluzas con otros de inspiración renacentista y moderna, constituyendo una producción ecléctica, mezcla de influencias clásicas, góticas, mudéjares, modernistas.... Conjuga en sus obras el ladrillo, la yesería, el hierro forjado, la cerámica o el mármol, floreciendo lo que se ha denominado estilo regionalista sevillano, de tinte historicista. Aníbal González no sólo diseña monumentos, sino que en su afán urbanizador siembra el germen de los barrios de Nervión y Heliópolis; traza casas nobles en la judería, como la de Luis Prieto y la de Las Conchas, o la del marqués de Villamarta en la avenida de la Constitución; erige la singular capillita del Carmen en el Altozano, junto al puente de Triana; eleva al cielo el colegio jesuita de Los Luises en la calle Trajano; reforma la plaza de toros de la Real Maestranza... Unas doscientas actuaciones que modifican para siempre la piel de Sevilla, de forma semejante al hálito que insufla Antonio Gaudí en Barcelona o Mies van der Rohe en Chicago.

La introducción del naranjo amargo en las calles hispalenses por Aníbal González es un reflejo embriagador de su imaginación desbordante. Originario de tierras orientales, este cítrico híbrido de "manzanas doradas" evoca pasajes de leyenda y músicas embaucadoras, siendo plantado por primera vez -siglo XI- en los jardines de la Buhaira del rey taifa Al Mutamid. Posteriormente, se extendería a los patios de abluciones de mezquitas que aún hoy velan ritos purificantes de almas centenarias, como la de Ibn Adabbas en El Salvador o la alhomade que se convierte en catedral cristiana; asimismo, hermosearía jardines de casas señoriales. A través de su repoblación callejera, el tiempo modela con el árbol y su flor de azahar una pátina icónica en la ciudad que posee más naranjos agrios del mundo, los cuales nos regalan belleza, fragancia, frutos, verdor permanente y un inmortal recuerdo del arquitecto de Sevilla.

"Cuando yo me muera,/ enterradme con mi guitarra/ bajo la arena./ Cuando yo me muera,/ entre los naranjos/ y la hierbabuena./ Cuando yo me muera,/ enterradme, si queréis,/ en una veleta./ ¡Cuando yo me muera!" (Federico García Lorca).

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