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Estamos acostumbrados a vivir en una sociedad segura, pero no hay sociedad que no se asiente sobre terreno volcánico

En muy poco tiempo -quizá menos de dos semanas- hemos visto cosas que nos habrían parecido inimaginables hace cuatro o cinco años. Primero, la caída simultánea de Facebook, Instagram y Whatsapp, que sólo duró unas diez horas, pero que por primera vez nos puso delante de las narices la inconcebible realidad de un mundo en el que los móviles se convertían en artilugios casi inútiles. Es cierto que ya habíamos vivido otras caídas de las redes sociales, pero una caída simultánea en todo el mundo -y de las tres aplicaciones a la vez- no la habíamos visto nunca. Y al mismo tiempo que esto sucedía, estamos viendo escenas de desabastecimiento en las gasolineras de Gran Bretaña y nos llegan noticias muy alarmantes sobre los precios monstruosos del gas y de la electricidad y sobre las negras perspectivas del abastecimiento energético. De repente volvemos a los sombríos años 70, los años del punk y la rabia y el estancamiento económico.

Y por si fuera poco, todos los días vemos las imágenes -hermosísimas y terribles a la vez- de la erupción del volcán de La Palma. De repente nos damos cuenta de que vivimos en un mundo mucho más frágil de lo que siempre nos habíamos imaginado. Hasta ahora hemos dado por sentado que las cosas seguirán funcionando por los siglos de los siglos -los sueldos de los empleados públicos, las pensiones, el abastecimiento de los supermercados, la energía que nos permite poner en marcha el microondas-, pero acabamos de descubrir que esas cosas sólo eran posibles porque nos habíamos acostumbrado a que lo fueran. Ahora ya no hay ninguna garantía de que esas cosas sigan siendo posibles en un futuro más o menos próximo. Estamos acostumbrados a vivir en una sociedad segura y estable, pero no hay sociedad alguna que no se asiente sobre inestable terreno volcánico. Y en cualquier momento puede entrar en erupción un volcán -en forma de guerras o cataclismos o estallidos sociales- que se lo lleve todo por delante.

Por eso mismo da tanto miedo ver con qué espeluznante frivolidad se toman las decisiones políticas que van a afectarnos a todos. Y en una sociedad como la nuestra, endeudada hasta las cejas, se gasta alegremente el dinero de todos en proyectos que nadie sabe qué resultados darán. Pero da igual. Hay que sacar votos. Hay que mantenerse como sea en el poder. Hasta que un día se despierte el volcán, claro.

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