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José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Aprendizaje terrible

La supresión por segundo año de las procesiones de Semana Santa es un símbolo de la fragilidad de la ciudad

Cuando esta semana el arzobispo firmó el decreto por el que se hace oficial la supresión por segundo año de la Semana Santa, muchos se preguntaron si eso no estaba ya acordado desde mucho antes, como la de la Feria, cuyo montaje ni se ha planteado este año. De hecho, estaba tan descontado que ha pasado casi desapercibido en los medios nacionales y sólo los locales henos dejado constancia pormenorizada de lo que va a significar para la ciudad que durante un bienio no haya procesiones en las calles. No sólo en el orden económico -el palo a los sectores que dependen de la vida en la calle es mortal-, sino también en el estado de ánimo colectivo de una sociedad que pasa doce meses al año soñando con esa semana, convertida para muchísimos sevillanos en la más importante del año. En eso, la Semana Santa le saca ventaja a la Feria, a pesar de que en la ciudad dual hay partidarios acérrimos de la una y de la otra. No hay sevillanos vivos que hayan pasado por la experiencia de una segunda supresión de la Semana Santa y muy pocos deben de quedar con memoria de lo que pasó en la de 1932. El hecho de que la decisión que da carácter oficial a la media haya pasado como un mero trámite sin más trascendencia nos da idea de cómo nos han cambiado las cosas en los últimos meses. Todavía se recuerdan las declaraciones de Juan Espadas, cuatro días antes de que se declarase el estado de alarma y la suspensión de las procesiones de 2020, con el virus ya campando por Sevilla, en las que dijo que tendría que venir una autoridad de la OMS para convencerlo de que las hermandades se quedaran en sus templos. Este año ha preferido que la decisión saliera del Palacio Arzobispal, que para dar malas noticias los políticos prefieren ponerse de perfil.

Estos meses han sido de un aprendizaje terrible y nos hemos acostumbrado a vivir en una realidad que cuando empezábamos 2020 no podíamos imaginar. Nos adentramos ahora en un 2021 cargado de incertidumbres, pero con la esperanza de que el regalo de Navidad que han sido las primeras vacunas se concrete en los próximos meses en una vuelta paulatina a la normalidad. Pero hasta que eso llegue tendremos que seguir viviendo en este estado de excepción permanente y embozados detrás de mascarillas. Será entonces, cuando por fin la pesadilla empiece a aquedar atrás, el momento de demostrar que lo que hemos aprendido en una experiencia tan dura nos sirve para no cometer los mismos errores en el futuro. La Semana Santa sin procesiones en la calle es un símbolo perfecto de la fragilidad de una ciudad como la nuestra y de cómo lo que consideramos más sólido y perdurable está a expensas de factores que escapan a nuestro control y pueden cambiarnos la realidad en cuestión de horas.

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