Todos los caminos conducen a Roma ya sean enrevesados o sencillos y Athletic Club optó por el camino más complicado para hacer bueno el pronóstico. Tuvo que llegar a la ruleta rusa de los lanzamientos de penaltis para cumplir un sueño que duraba cuarenta años, pero hay que dejar bien claro el buen papel desempeñado por ese Mallorca que llegaba de víctima propiciatoria y que alargó aquello hasta las dos horas y pico.

Lo que pasaba en la yerba no se correspondía con lo esperado y las predicciones, tan optimistas para los leones, iban cayendo como en cascada. El fútbol rudimentario y directo de los bermellones neutralizaba las transiciones de los vascos y podía comprobarse cómo Aguirre le complicaba la noche a Valverde hasta el punto de adelantarse en el marcador mediante una especie de acoso y derribo que acabó por aprovechar Dani Rodríguez ante el estupor de la grey bilbaína.

Claro que restaba un mundo, pero esa superioridad numérica mostrada en las calles no se correspondía en el campo. Sólo peligraba para la causa balear los estragos que hacía Nico a babor y que dio lugar a un tanto invalidado y a una ocasión clamorosa que no aprovechó. Y al descanso se va con el Mallorca jugando en campo contrario más de lo que se esperaba y que se traducía con esa ventaja en el electrónico. Cambio diametral luego y el Athletic ya se parece a sí mismo.

Muy pronto llega el empate mediante Sancet en gran pase de Nico y en esos momentos todo parece que va a resolverlo el Athletic y hasta con facilidad. El Mallorca ya no sale de su guarida y el gol vasco se ve llegar, pero se llega a la prórroga y a esa pesadilla que es una tanda de penaltis. Y en ella fueron claramente superiores los de Valverde para conseguir el éxito y llevar a su gente a un nirvana feliz tras cuarenta años en los que la gabarra permaneció en el dique seco.