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Autoficción

Que 2022 nos traiga lucidez y no ceguera y honor a la memoria de quienes no están y echamos de menos

Qué es exactamente la autoficción, me preguntó el otro día Eduardo Jordá con la inteligencia de quien sabe la respuesta y con sólo la pregunta ya define las trampas que las palabras nos ponen para catalogar lo de siempre y hacer parecer nuevo lo de toda la vida. Jordá lo sabe muy bien, lleva años dando clase en la universidad y en esos talleres de escritura que él convierte en verdaderos antros de adicción a la lectura. Tipo peligroso. Toda memoria tiene algo -si no mucho- de ficción y toda novela tiene el sello de la memoria de su autor. Hasta el Robot de Asimov contaba al escritor ruso-americano, o al menos parte de sus obsesiones. El yo logra siempre sacar la cabeza. De los trucos que usamos para camuflarnos en nuestros relatos cotidianos, mi favorito es el uso de un tercero para contarse a uno mismo. El "es para una amiga" se ha convertido casi en chiste y lo mismo sirve para preguntar por, exactamente, qué es la fisión nuclear que para saber la dirección de una clínica de enfermedades de trasmisión sexual (como las que cierra la Junta, como si no hicieran falta, deben entrar en los cálculos de necesidades sanitarias del vicepresidente). Y a veces la memoria nos traiciona. Este verano una amiga comprobó cómo Ribadeo y Ribadesella no limitan Galicia y Asturias, a pesar de que llevaba cincuenta años asegurándolo: una trampa de la memoria infantil por la que hubiera apostado hacienda e incluso hijos. El amigo de otra amiga cree ser el protagonista de una gesta histórica -reciente- no recuerda que ni fue el único ni siquiera el imprescindible. La memoria es un arma cargada de futuro porque sus quebrantos producen irrealidades que -aparte de romper el mapa geográfico y cambiar Ribadesella por Castropol- distorsionan una herramienta fundamental para entender la realidad: las pautas e indicadores de causas y efectos. Aunque a veces en esa autoficción, el relato de los que nos pasa, ergo pasa, cambiamos el género de lo escrito: de la supremacía (de raza o de sexo) algunos han pasado al victimismo. Qué grande la capacidad literaria del ser humano para convertir al Doctor Mengele, un ejemplo, en un monstruo solitario y enloquecido, ajeno a quienes le animaron, financiaron, permitieron ser el asesino que, efectivamente, fue.

Empieza un nuevo año y estrenamos las páginas de ese diario no escrito que son los días, cada uno una historia, cada uno con su principio y su final. El amigo de una amiga va a vivir esta mañana uno de sus momentos más importantes. Y lo hará como dice la tradición que se hizo el mundo: con el verbo. Ese amigo de esa amiga es un gran lector y distingue exactamente entre las promesas y los compromisos, entre la ilusión y los ilusionistas, entre la retórica y la grandilocuencia. Que 2022 nos traiga lucidez y no ceguera -es el centenario Saramago- y honor a la memoria de quienes no están y echamos de menos.

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