98.144

Cuesta creer que este Gobierno haya subvencionado con casi 50 millones de euros a la industria del crimen

Cuando se supo, hace ya unos meses, que por primera vez desde que hay datos estadísticos, y probablemente desde el comienzo de su centenaria historia, en 2015 se registraron en España más muertes que nacimientos, pareció encenderse una luz roja en la desaparecida conciencia colectiva de este país. Por un momento fue noticia la necesidad de afrontar el declive demográfico a que estamos abocados, pues el problema mayor no es la pérdida de algunas decenas de miles de habitantes en un censo de 46 millones, sino el brutal envejecimiento de la población que el dato confirma.

Pero ha sido necesario esperar al último día del año para que, en el límite mismo de lo legalmente establecido, el Gobierno se decidiera a publicar las cifras de abortos perpetrados en ese mismo 2015 que marca un antes y un después en la demografía española. Han sido 98.144, casi cuatro mil más que el año anterior pese a que descendió el número de nacimientos, que fue de 419.109, y a que cada vez es menor el número de mujeres en edad fértil. Cuesta creer que en una sociedad desarrollada, un escalofriante casi 24% de los concebidos en ese año fatídico hayan sido eliminados en el vientre de sus madres; de ellos, en porcentaje muy cercano al 90%, sin que se alegase causa alguna; es decir, por la simple voluntad más o menos libre de la madre. Y cuesta creer que este Gobierno, que no hace nada para ayudar a las madres en apuros, haya subvencionado y lucrado con casi 50 millones de euros a la industria del crimen. En esos casi cien mil niños que no han llegado a nacer por la interposición de manos homicidas, y que hubieran cambiado el sesgo negativo de 2015, estaba el futuro que a no mucho tardar se nos negará a todos.

No es cuestión de aplastar con cifras cuando el corazón se entristece al considerar sólo una de estas muertes injustas y despiadadas. Desde 1984, desde que se aprobó la primera ley trituradora de cuerpos inocentes y de conciencias, en España se han producido más de 2.100.000 abortos. Son los niños y jóvenes que nos faltan en los colegios y en los parques, en muchas familias mal orientadas que, pase el tiempo que pase, nunca se repondrán de las consecuencias de su fatal decisión. Víctimas que sólo se lloran en secreto, sobre las que ha caído el silencio de una sociedad en la que ya nadie, ni los que nos hablan en nombre de Dios y de su misericordia, quiere recordarlas.

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