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La tribuna

jAVIER GONZÁLEZ-cOTTA

Balcanes, el zumbido del avispero

DECÍA Josep Pla que los nacionalismos son como las ventosidades: sólo les gusta a quien se las tira. En abril de 1991, el mandatario croata Franjo Tudjman perfilaba su propia milicia para enfrentarse al ejército federal de Yugoslavia y, por ende, a la Serbia liderada por Miloševic. Hace ahora 25 años el engendro yugoslavo, creado por Tito tras la IIGM, comenzaba a desmembrarse, tesela por tesela. Los Balcanes bullían otra vez en su espesa amalgama de siglos y odios atávicos. Desde el imperio de Bizancio los serbios hallaban amparo en la patria irredenta. La larga dominación otomana impuso la cimitarra en los ribazos del Danubio (los turcos llamaron por el nombre de balkan a aquella tierra de montañas). Y los croatas, desde el siglo IX, ponían el contrafuerte católico en aquel embrollado confín.

Las peores ventosidades estallaron con cierto efecto retardo. De 1991 a 1999 se libraron las guerras de aniquilación en Yugoslavia. Primero estalló la llamada guerra de los diez días en Eslovenia. Entre tanto, croatas y serbios comenzaron su brutal agarrada en Croacia, por Vukovar y la Krajina. Para quienes por entonces cursábamos Periodismo (otro desliz de la torpe juventud), solíamos llevar a clase los periódicos que durante varios años traían a sus portadas el sangriento pormenor de aquella guerra feroz. Julio Camba decía que con las guerras se aprendía mucha geografía a medida que ésta era borrada del mapa. Y así era: Mostar, Goradže, Banja Luka, Srebrenica o Sarajevo, el único nombre que nos traía históricas remembranzas (el atentado a Francisco Fernando que desató la IGM).

Entre 1992 y 1995 se nos hicieron familiares los iconos informativos del martirio en Bosnia-Herzegovina. Como epítome, la guerra de Kosovo (1996-1999) entre serbios y albaneses causó cierto hartazgo. Por aquella ignota tierra, el llamado campo de los mirlos despertaba en Serbia el recuerdo perpetuo de Kosovo Polje (1389), aquella derrota frente a las huestes otomanas del sultán Murat I y de su hijo Bayaceto. El escritor albanés Ismaíl Kadaré noveló aquel histórico episodio en sus Tres cantos fúnebres por Kosovo. Desde 1389, Kosovo Polje alentaba en los serbios el sacrificio ante el Turco. El infausto general Mladic, el matarife de los bosnios en Srebrenica (julio de 1995), dijo que la suya era "la última victoria en la guerra de 500 años que llevamos librando contra los turcos".

Al inicio de la disolución de Yugoslavia poco se habló de la declaración de independencia del actual país de Macedonia. Irritada, Grecia llevó de maniobras a su ejército por la frontera. Los griegos llamaban "asquerosos gitanos" a los macedonios de Skopje, quienes usurpaban el nombre de Macedonia, y que históricamente se correspondía con la región griega que alumbraba el mito áureo de Alejandro Magno. Más allá de los mitos de la Hélade, del Partenón de Pericles, Grecia también formaba parte del ovillo balcánico, como Bulgaria.

Fiel a la efeméride que nos ocupa, acaba de aparecer el libro Y llegó la barbarie, de José Ángel Ruiz Jiménez. Revisar no es negar. La crueldad de los serbios en Bosnia es de sobra conocida. Pero, de entre las muchas conclusiones, el autor nos invita a repensar los papeles atribuidos a los buenos (bosnios musulmanes y croatas) y a la estirpe de Caín (serbios psicóticos y bebedores de Slivovitz). La ética de los arquetipos despertó dudas en el escritor Peter Handke. De ahí su periplo por Serbia en noviembre de 1995. Su libro Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina se acercaba con otro lente a aquella guerra de aniquilación, muy lejos de la imagen congelada que sobre víctimas y culpables establecía el canon informativo. Años antes, en 1990, el periodista americano Robert D. Kaplan viajó de incógnito por varias naciones de los Balcanes. En su Fantasmas balcánicos auguraba ya el turbión que pronto habría de estallar (Kosovo Polje, a ojos de Kaplan, era por entonces un anodino páramo, jalonado por cables de teléfono y teñido por vellones de humo de fábricas). Kaplan cita una y otra vez el indispensable Cordero negro, halcón gris: viaje al interior de Yugoslavia, el libro con el que Rebecca West, amante y compañera de H.G. Wells, se adentró en el trampantojo balcánico en 1937.

RBA Libros reedita ahora la hermosísima novela Un puente sobre el Drina, del Nobel yugoslavo Ivo Andric. Junto con Crónica de Travnik y La señorita forma parte de su trilogía sobre Bosnia. Nadie como Andric ha amalgamado historia y literatura para contar los inveterados recelos que los Balcanes despiertan en el umbrío corazón de los hombres.

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