Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
Crónicas levantiscas
Barcelona es el síntoma del declive de Cataluña. Su causa, más que el independentismo, es la sucesión de dirigentes dañinos y conjurados en torno a esta loca idea, cuya máxima expresión de estulticia fue la de mendiguear la colaboración de Vladimir Putin en la creación de lo que se llamó Tsunami Democrátic.
Madrid ya aporta al Estado tres veces más que Cataluña. No es Madrid la que se va, como temía Pascual Maragall, sino Barcelona, la que se distancia y baja de categoría liguera para jugar con Valencia, Bilbao, Sevilla y Málaga. Messi es otro síntoma, el Barça ya no es más que un club, es otro club más que ahora mirará desde abajo a los equipos madrileños. En Primera hay tres equipos que vienen desde la comunidad central, y dos de ellos siempre son potenciales ganadores de la Liga. El fútbol no es ninguna anécdota, no lo crean. En noviembre de 2017, cuando en Cataluña se debatía si forzar una independencia por las bravas, Serrat escribió una carta pública a Bartomeu para rogarle que renovase a Messi. El mundo se caía, y Serrat les señaló que el templo también se derrumbaría.
Ahora se les va El Prat, una inversión estatal de 1.700 millones de euros que se había negociado con el Gobierno central, aunque ERC estaba en contra de ello. Ampliación y conexión por AVE de los aeropuertos de Gerona, Barcelona y Reus. Piensen en el trazado decimonómico de la Algeciras-Bobadilla o en la ausencia de conexión férrea del aeropuerto de Sevilla, y las manos se le irán a la cabeza sin necesidad de activar los músculos.
Verán, la ampliación del aeropuerto arrastra un problema medioambiental que es casi insalvable -la destrucción de una marisma de la Red Natura-, y la Unión Europea podría tumbarla, pero El Prat es el nervio económico de Barcelona, la zapata que mantiene a la capital catalana a un nivel similar al de Madrid. La solución menos mala pasa por comprar unos terrenos adjuntos y fabricar una marisma.
Muy complejo, pero es que la oposición de la alcaldesa de Barcelona, que es otro de los síntomas del declive catalán, no se debe tanto a La Ricarda, que así se llama la marisma, sino a los efectos perniciosos de la aviación comercial sobre el cambio climático. La misma posición que le llevó a oponerse a la ampliación de la terminal de cruceros del puerto de Barcelona.
Ya le sucedió a Quebeq. La mayor parte de las empresas que se fueron cuando Canadá vivió un proceso similar, pero legal, no han vuelto. Esta Diada certifica la solidez del declive de Cataluña, no es un resfriado que dure unos años, es una tendencia por la que irán los rieles de la historia.
También te puede interesar
Lo último