Reconozco que hacerse respetar cuando se gana en pocas ocasiones, o en ninguna, resulta ciertamente complicado. Ponerse el bigote en situación desairada siempre resulta ridículo y así está ocurriendo en el Betis. En el sevillanísimo club de las trece barras con corona se está institucionalizando el triste papel de punching ball, pero lo peor es que los golpes le vienen como en una suerte de fuego cruzado e incesante.

Le pasan al Betis cosas que, aparte de impensables, si ocurriese en otro club llegaría la sangre al río. No la sangre física con sus glóbulos y su canesú, sino la hipotética y eficaz de la defensa aguerrida. No sabe defenderse este Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, de los ataques que le llegan desde las casamatas más inimaginables. Fuego a veces graneado que no recibe respuesta por parte de una dirigencia aparentemente inane y ciertamente inocua.

Aquí, el último becario cobra su minuto de gloria lanzándole al Betis su dardo particular, que lo mismo puede ser criticar a los que en su momento pedían el retorno de Serra hasta a los que, los mismos por cierto, ahora se erigen en defensores acérrimos del totémico balear. Y curiosamente, los que criticaban y hasta ridiculizaban a Lopera en sus momentos de gloria son los que ahora lo defienden. Cosas que pasan en el Betis y que no se comprenderían en otro sitio.

Hasta políticos que utilizan el nombre del Betis para comparaciones desafortunadas que quedan impunes. Por ejemplo, aquel que explicaba un imposible con el Betis campeón de Liga como ejemplo. O esa imbécil que ha tildado de maltratadores a los béticos porque así se lo explicaba su madre, que habría que ver cómo sería la mamá de la criatura. Bueno pues todo queda impune, sin que la cúpula bética diga esta boca es mía. Será porque sin ganar resulta difícil defenderse, no sé.