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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Bulos y rumores

El caso de Ábalos es otro ejemplo de cómo el hermetismo es la peor política informativa posible

Desde que el pasado mes de julio el presidente Sánchez anunciara su inesperada destitución dentro de una amplia remodelación de su Gobierno, José Luis Ábalos se ha convertido en un misterio. Su figura aparece rodeada de historias tremendas en las que se ceban los oscuros libelos que, atrincherados en la red, intentan pasar por medios de información, pero que no documentan jamás una historia y mucho menos citan una fuente que pudiera dar un mínimo de verosimilitud a su relato. La supuesta vida privada del que fuera no hace tanto uno de los hombres con más influencia en el entramado de poder creado por su jefe es arrastrada por el barro y pregonada en tuits y muros de Facebook con una intensidad espeluznante.

No vamos a defender la probidad y la moralidad del ministro caído en desgracia, entre otras razones porque no nos consta una cosa ni la contraria. Pero sí conviene dejar claro cómo la falta de información produce monstruos en estos tiempos de imperio de las fake news y de falta de controles profesionales de la información en la lucha desesperada por el like. Y dejar constancia de cómo el periodismo responsable y profesional basados en las evidencias y que no se deja manipular por el último que llega con una historia sensacional es independiente del soporte: el buen periodismo se puede encontrar en el papel y también en la web. Pero no suele ser ajeno a lo que representa una marca acreditada como medio de información ni a la historia de profesionalidad que lo respalda. Y para encontrar un ejemplo no tiene que ir muy lejos: lo tiene en el periódico que lee ahora mismo, sea en su edición en papel o en la pantalla de su dispositivo.

El caso del que fuera ministro de Fomento es otro ejemplo de cómo el hermetismo es la peor política informativa posible. Dejar crecer la espiral de los rumores y de las habladurías, que pasan de boca de enteradillo a oído de otro enteradillo, es meterse en un camino que sólo tiene final cuando otra historia más extraordinaria que la anterior pasa a ocupar la atención de los fabricantes de bulos. Hubiera estado bien que los ciudadanos conocieran en su momento y por conducto más o menos oficial qué es lo que había pasado para que la estrella fulgurante de Ábalos se apagara de repente como absorbida por un agujero negro. Ahora ya es un empeño inútil, mientras que las historias cada vez más rocambolescas de sus andanzas adquieren caracteres de leyenda urbana. El signo de los tiempos.

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