La designación de Nadia Calviño como presidenta del Banco Europeo de Inversiones ha provocado polémica sobre si su nombramiento significa que España tiene más peso internacional. Frente a la satisfacción del campo socialista aparece el desdén del Partido Popular. El comunicado de felicitación del PP no puede ser más inelegante: no ha sabido gestionar los fondos Next Generation, no ha sido capaz de imponer una visión europeísta a la política económica, está escapando porque ha perdido sus últimas batallas contra Yolanda Díaz, ha utilizado su cargo como trampolín para el nuevo puesto, no ha contribuido al crecimiento de España, ha cedido a las exigencias de disciplina fiscal de Alemania…

Como guinda, reprocha al PSOE que no apoyara a De Guindos para la vicepresidencia del BCE en 2018, cuando los socialistas no estaban en el Gobierno. Sin embargo, durante mandatos socialistas fueron elegidos, Marcelino Oreja secretario general del Consejo de Europa, Mayor Zaragoza director de la Unesco y Rodrigo Rato director del FMI. El cainismo reinante no da para más, pero tampoco cabe la euforia. El BEI ha ido ganando peso desde su fundación en 1958 y en la actualidad otorga créditos por 60.000 millones de euros al año. Magdalena Álvarez fue vicepresidenta de este banco de 2010 hasta que en 2014 tuvo que dimitir al ser procesada en el caso de los ERE.

En todo caso, la presidencia del BEI parece menos importante que la vicepresidencia económica de la Comisión Europea que ahora ejerce un letón y no será por el peso internacional de Letonia. Los equilibrios provocan nombramientos caprichosos en la UE, con la alternancia entre grandes y pequeños países o el juego de familias políticas. Portugal no tiene más peso que España y sin embargo ha tenido un presidente de la Comisión durante diez años y un portugués es el secretario general en ejercicio de Naciones Unidas. (Pasada la posibilidad de Calviño, en Madrid se habla de Teresa Ribera o de Luis Planas como los posibles candidatos españoles dentro de seis meses para sustituir a Borrell en el ejecutivo comunitario).

El país de la UE que ha tenido más presidentes de la Comisión ha sido Luxemburgo, tres: Thorn, Santer y Juncker. Y ha sido por circunstancias. La elección de Santer en 1994 para sustituir a Delors es un buen ejemplo. El primer ministro luxemburgués salió de dos descartes: los vetos del alemán Kohl al holandés Lubbers, y del británico Major al belga Dehaene. El hombre de consenso era el peor: el Parlamento europeo acabó provocando su dimisión en 1999. Así que no hay que buscarle las vueltas al feliz nombramiento de Calviño. España gana visibilidad, pero sigue siendo una potencia media que no aprovecha demasiado sus oportunidades. Luxemburgo es una ciudad aburrida y tranquila. Calviño multiplica su sueldo por cuatro y se acerca a los 400.000 euros anuales. Y, en fin, mejora su vida lejos de la olla a presión de Madrid. Ella sí que gana.

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