FECUNDA celebración ayer la del colectivo musical sevillano Taller Sonoro. Diez años de actividad cultural sin marketing, sin políticos, sin tópicos. Sencillez y humildad de quien tiene pasión por la música contemporánea y está solícito a colaborar con los compositores para ser el cuerpo instrumental donde se materialicen sus ideas y se conviertan en experiencia compartida.

Este elogio al conjunto coordinado por Ignacio Torner es extensivo a muchas iniciativas de la gente que vertebran la verdadera realidad de la cultura en Sevilla y que pasa desapercibida, ajena a las alfombras rojas y a los tinglados que pronuncian el nombre de la cultura en vano.

Anoche, el Teatro de la Maestranza capitalizaba la atención con el siglo de La Bohème y el talento de Puccini para emocionar. Pero, aunque el número de espectadores fuera muy inferior, hay que situar como se merece la relevancia cultural de un grupo sevillano que toca obras de cuatro compositores que son premios nacionales de la música. Dos de ellos tan ligados a Sevilla como Elena Mendoza, ganadora este año de dicho galardón concedido por el Ministerio, y César Camarero, que lo recibió en 2006.

Siempre son bienvenidas las sinfonías de Beethoven y las mejores óperas veristas. Pero el gran teatro de la ciudad tiene que incluir también la creación actual de sevillanos o afincados en Sevilla que gozan del reconocimiento de los expertos. Así ha de hacerse por muy desconocidos que sean para el gran público. La ópera Niebla, de Elena Mendoza, sobre la obra de Unamuno, ha de sonar en el Maestranza como ha sonado en Madrid o en Berlín. Sin miedo a tener el aforo más vacío que lleno. El gasto no es ni de lejos el que comporta una Bohème del Covent Garden. Y también hay que programar la que ya prepara para el Teatro Real, por encargo de su director, Mortier, sobre textos de Juan Carlos Onetti. ¿Qué dirían Falla, Turina y Castillo si resucitaran y vieran que en Sevilla está ignorada la música de sus compositores vivos?