José Joaquín León

Cambiar los muebles

las dos orillas

05 de junio 2011 - 01:00

COMENZÓ esta semana con el último día de San Fernando del alcalde que ya no es alcalde. Era el último acto oficial de Monteseirín, después de 12 años de gestión en la Casa Grande. Como se dice ahora, el tiempo lo juzgará con más dimensión histórica. Es cierto que hizo cosas, incluso bastantes. Hubiera sido un inútil total si no hubiera hecho nada en 12 años, y tampoco era el caso. A Monteseirín no se le ha criticado por no hacer, sino por lo que hizo, que es diferente.

Un ejemplo lo tenemos con el llamado mobiliario urbano. En Sevilla, cada vez que llega un alcalde cambia los muebles urbanos. Esto es como una familia que compra un piso amueblado, pero no le gusta lo que hay y le cambia la decoración. El problema de Monteseirín es que Sevilla tenía una decoración de muebles de época, aunque retocada en su Imagen. A los inquilinos de la Sevilla antigua, mayormente, les gustaba el mueble clásico, lo más barroco posible. Y sobre todo, a los sevillanos, en general, les gustaba lo bueno que había; esto es, no tirar los muebles de época, heredados de los abuelos.

Pero Monteseirín, una vez pasado lo del Salvador, debió pensar que lo moderno, lo progresista (por decirlo más finamente), era poner mueblecitos de Ikea o similares, con presunto diseño nórdico de vanguardia, estilosos, con un puntito horterilla. Y fue así como el mobiliario de las calles y plazas fue convirtiendo a Sevilla en lo que Antonio Burgos ha llamado "Albacete con armaos". Sevilla ya tenía un mobiliario urbano como todas las casas que hay por ahí, como los núcleos residenciales de Guadalajara o Ciudad Real, que son horripilantes de feos.

Los catetos y los nuevos ricos hacen eso: tiran los muebles buenos de época, o se los venden a un anticuario, y ellos se compran otros muebles modernísimos, así tipo zen, o con agujeros raros. Muebles que, en cuatro años, están pasadísimos de moda por mayoría absoluta. Muebles de usar y tirar, porque en cuanto pasan los cuatro años se nota demasiado la horteridad. Y si los dueños de la casa se arruinan, lo tienen difícil con los muebles pasados de moda, que en otros tiempos fueron modernísimos y ahora son un horror.

En esas está Zoido. Tras recibir las llaves de la casa (grande), no le debe temblar el pulso para tirar los muebles pasados de moda y tratar de buscar otros en el anticuario. No es un derroche, porque el derroche lo hizo el otro; y además del derroche ,hizo una catetada. Se gastó un pastón en muebles raros, que en pocos años chirrían, como hacen los nuevos ricos. Y no contento, decoró a Sevilla con las setas, eso sí que es un derroche. Es cierto que en la Casa Grande no hay dinero para gastar en muebles, pero habrá que comprarlos a plazos, poco a poco, con sacrificios, o como sea.

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