La lluvia en Sevilla

Caretas y caretos

En vistas a la Feria daré algunos consejos de belleza que a mí me funcionan estupendamente

En lo que llevamos de Apocalipsis, dos años largos, no he conseguido que mi padre llame a la mascarilla por su nombre. Él le dice "la careta", sin ánimo irónico, porque le sale decirle así, tal vez porque le recuerda en su mecanismo de colocación (dos gomillas) a las caretas que se vendían en los puestos de chuches, a las cuales de niña fui una gran aficionada. Ya saben que la palabra persona remite en su etimología a la careta que los antiguos usaban en sus teatros, y que una máscara sobre la cara -diría Jung- nos desinhibe, nos libera de nuestra primera careta, que es el careto.

La careta que hemos llevado este tiempo lo era a media asta; la mascarilla deja a la vista la mitad de la cara, la otra la confía a la imaginación. Y es por esto por lo que está habiendo tantos reparos por parte de mucha gente a la hora de descubrirse el rostro: el problema no es la cara de cada cual, sino la construcción de la misma que hacemos sin querer a partir de los rasgos visibles. Digan lo que digan, los humanos somos unos bien pensados, nadie imagina asimétrica la parte que no se ve, ni desproporcionada la nariz, la boca y el mentón que acompañan a los ojos que nos miran asomados a la tapia de la mascarilla. Pero los humanos somos, por fortuna, perfectamente imperfectos, y en ello hay mucha belleza.

Antonio Burgos afirmó en un artículo que los barbijos favorecían a las feas (de los feos, curiosamente, no dijo ni mu, no será porque no hay; todavía hay quienes nos siguen endiñando a nosotras en exclusiva la obligación de ser y estar guapas como condición para no ser despreciadas). A mí también me pasa -aplicado a la Humanidad toda- que a quien va con mascarilla me lo imagino más guapo de lo que es, salvo a algunos, que hasta de espaldas me los malicio tal cual son, quizá porque están ya muy vistos. Que los demás nos imaginen con proporciones áureas irá siempre en contra de la realidad. Así que, en vistas a la Feria -ese gran escaparate- daré a continuación a señores y a señoras algunos consejos de belleza que a mí me funcionan estupendamente. El primero: entre en la caseta a cara descubierta. Que le oteen en lontananza un rato largo, hasta que su faz se grabe en el sistema límbico de los presentes. Segundo: en las distancias cortas, careta. Así evitará que se le noten las líneas de expresión, vayan a enterarse de que usted tiene marcados los cauces de la sonrisa y del llanto, los años de vida plena, los secretos de la piel, los labios finos de su abuela, las señales de la sabiduría. Y tercero: siéntase siempre orgulloso u orgullosa del espejo de su alma, de su mirada limpia, de sus mejores defectos, de su rostro que no ha sido desdibujado por la indignidad, y de su cabeza que, con o sin floripondio, puede llevar bien alta. Vivan los caretos. Y balad, balad, caretas…

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