Notas al margen
David Fernández
Las banderas de Andalucía siguen vigentes
Una vez me robaron la cartera con la última carta que recibí de mi padre. Estaba vieja, ilegible, destrozada, pero eran las palabras de letra puntiaguda de mi padre con un diminutivo de mi nombre de su uso exclusivo y ese papá al final que nunca nadie podrá volver a usar conmigo. No recuerdo si llevaba dinero ni la molestia de renovar todo el papeleo –creo que estuve indocumentada un tiempo, la alegre molicie de la juventud– pero cada vez que estreno cartera siento el vacío de esa carta que me arrebataron y que quien lo hiciera debió tirar como un papel inservible. Que para él o ella lo era. Cartas, celosamente guardadas, le han servido a la escritora Marta Barrio para construir en su última novela una cartografía sentimental de sus abuelos que es también el mapa emocional de la protagonista, como un tatuaje que hubiera permanecido invisible hasta el hallazgo. La escritora nos removió hace un par de años conLeña Menuda, una historia que nos abrió una brecha en la realidad y que nos enfrentó a un dilema que creímos resuelto. Tiene que ver con la maternidad y un embarazo voluntariamente interrumpido en circunstancias que la ley española no permite. Entre aquella novela y la que acaba de publicar hay un cambio radical de registro, aunque se mantiene esa voz literaria que la escritora es capaz de articular y compartir con el lector. Se reconoce su estilo, potente, eficaz, emocional y contenido a un tiempo. Cartas de un abuelo enamorado. Cartas de quien crees saber tanto y es un desconocido. Nada más raro que esa relación íntima y al tiempo extraña entre padres e hijos, una incondicionalidad llena de sobreentendidos. Y aún más para la protagonista, una adolescente que descubre al joven, al hombre que fue su abuelo cuando ya no puede responderle a ninguna pregunta. Hay ficción –o literatura– y hay huella de la familia real de Barrio, la casa familiar gaditana, el noviazgo largo de sus abuelos, el tiempo en el ejército del novio, las premuras, las esperanzas contadas con mimo de paciente ahorrador. Las cartas son reales. Aparecen ilustrando el libro con la fuerza de un testimonio que nuestros ojos ven. El lector comienza por las últimas y va desandando el amor que fue hasta llegar al principio, que es el final. Hay un personaje que ejerce de guía, una tía abuela deslenguada, imprescindible para desentrañar los secretos que todos los clanes guardan. Aparte de su historia la autora parece interpelarnos: ¿Llegamos a conocer los sentimientos, confesables o no, de quienes son la pirámide que nos sostiene en el mundo? El amor es una épica que imaginamos ajena a las comidas de los domingos y la infancia de siesta. No volverán tus ojos a mirarme nos quita la razón. Mientras buscamos el drama de Anna Karenina nos perdemos amores que sólo acaban cuando acaba la vida. Tambien las familias felices lo son a su manera.
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