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Es tentador convertir en diagnóstico social lo que no deja de ser currículo personal. Nos consuela o nos explica

Lo personal es político" es una idea que ha venido infiltrándose en todos los discursos, removido los más altos andamios de la teoría política y obligado a cambiar la perspectiva de los antiguos postulados. Carol Hanisch, periodista y activista norteamericana, tituló así uno de sus ensayos más referenciales en 1970. Lo que nació como pensamiento llegó a la calle como grito y punto de partida de la emancipación, también, en la vida privada.

El materialismo dialectico vivió con asombro el nacimiento de ese pensamiento que le había salido respondón y que cuestionaba la verdad absoluta de la lucha de clases y la propiedad de los medios de producción como núcleo de todas las tensiones políticas. Lo trató al principio como condescendencia (estas chicas acabarán siendo abducidas como los muchachos de París y de Berkeley, debieron pensar los ortodoxos) y luego con preocupación porque poco a poco esa máxima revolucionaria socavaba sus propios cimientos. En la calle sos el Che y en la casa Pinochet, clamaban las feministas argentinas denunciando el machismo, también entre quienes se arrogaban el mérito de las revoluciones.

Hace cuarenta años ya. Tanto tiempo como para que esa idea se considere en la teoría feminista como segunda ola y luego haya venido una tercera y parece que vamos surfeando una cuarta. Un cambio de paradigma con todos sus avíos que, sin duda, ha sido para bien. Sin embargo, como todas las máximas, y reconocido su efecto en el cambio de las mentalidades, hay, digamos, un uso casero y personal que no siempre resulta del todo fiel a su principio inspirador.

Que cada uno cuenta la feria como le va es tan cierto como que confundir lo personal con lo propio nos convertiría, a todos y cada una, en propietarios del copyright del famoso espacio simbólico de Bourdieu. Igual es mi susceptibilidad de neurótica moderada, que no se fía ni de su sombra o menos que nadie de su sombra, pero me aterroriza la tentación de convertir lo vivido en categoría. Pareciera que cada uno de nosotros tenga un demoscópico integrado en la mollera que le hace conocer no sólo lo que opina el personal sino lo que hace y, cielos, lo que siente.

Construcciones culturales aparte, de los que todos somos hijos por esfuerzos que hagamos en buscar un comportamiento individual, últimamente me vigilo mucho la tentación de apología de la propia experiencia. Es tentador convertir en diagnóstico social lo que no deja de ser currículo personal. Nos consuela o, lo que es más aliviador, nos explica. Pero reconozcamos que esa sociedad emancipada, sin corsés ni físicos ni políticos ni sociales, que buscaba Hanisch es, o deberá ser tan compleja como poco infalible en la búsqueda de la felicidad.

Eso me digo cuando me asalta el dogmatismo moral (aunque tenga razón).

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