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Persisten fundadas dudas sobre si la protección que ofrece la OTAN frente a un ataque exterior a uno de sus integrantes abarcaría, en el caso de España, a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Si nos atenemos a la letra del Tratado, sus artículos 5 y 6, en cuanto que estas plazas no son "islas", parecen dejarlas fuera de su ámbito protector. Por contra, más allá de los textos, los gestores atlantistas siempre han mantenido que ambas "están cubiertas por el Tratado": la OTAN -argumentan- defiende "el territorio de los aliados y ese territorio lo marca la Constitución de cada Estado miembro".

Sea como fuere, lo cierto es que la cuestión no está indubitadamente resuelta, lo que, en la coyuntura geoestratégica que vivimos, supone una fisura alarmante. En ese sentido, hay que recordar que las principales amenazas para España proceden del Magreb y del Sahel. También que Rusia está aumentando su presencia en África y que Marruecos protagoniza ahora un colosal rearme armamentístico. Que Rabat está tensionando la zona se comprueba en episodios recientes (la invasión de El Tarajal, el caso Pegasus, el aumento del espionaje marroquí). Junto a ello, el enfrentamiento entre Argelia y Marruecos, con la posibilidad cierta de un conflicto bélico, conllevaría peligrosas derivadas para España.

En tales circunstancias, el cambio en la postura española sobre el Sahara -de la que pudiera ser contrapartida- y la necesidad de reforzar el flanco sur de la OTAN, unánimemente aceptada, ofrecían una buena oportunidad de solucionar el asunto en la próxima cumbre de la Alianza en Madrid. No sucederá allí. El Gobierno español sigue considerando innecesaria la modificación del Tratado. "Ceuta y Melilla no necesitan ningún guiño", sentencia el ministro Albares.

Un error, a mi juicio, que ignora el lógico desasosiego de ceutíes y melillenses y desperdicia la ocasión de mandar un mensaje nítido a Marruecos: más allá de sus presuntas promesas de no cuestionar la españolidad de dichas ciudades, literalmente increíbles, España debería intentar plasmar negro sobre blanco, y en instrumentos jurídicos del máximo nivel, su firme voluntad de protegerlas, proponiendo y seguramente logrando que quedaran amparadas expresamente bajo el paraguas de la OTAN. Una nueva muestra de esa política de no molestar al vecino del sur que, paso a paso, concesión a concesión, tan contumaz como inútil, está dejando en sus manos todas las bazas.

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