Polonia es un grano en el culo de Europa. Un ejemplo contagioso. Su gobierno populista, integrista religioso y autoritario está contra del espíritu fundacional de la UE. Europa es un club de intereses, pero antes una comunidad de valores: democracia, solidaridad, derechos humanos, separación de poderes… El tribunal constitucional polaco considera incompatible con su legislación el artículo 1 de los Tratados (los estados atribuyen competencias a la UE para alcanzar objetivos comunes) y el 19 (la primacía del Derecho europeo sobre el de los miembros, consagrada en 1964). Es ventajista la osadía de este tribunal, supeditado a los designios del partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski: no se puede echar a un país de la Unión Europea, aunque se le pueda multar y cortar subvenciones. Los desplantes polacos vienen de lejos: hace un año el primer ministro Morawiecki bloqueó durante meses los fondos extraordinarios para la recuperación.

El nacionalismo polaco y su desconfianza del exterior tienen raíces históricas. Durante el siglo XVIII los tres imperios vecinos, Rusia, Prusia y Austria, se repartieron el país por cachos. Incluso lo hicieron desaparecer como estado en 1795, y salvo un corto período no volvió a recuperar su independencia hasta 1918. Después, la invasión nazi y el dominio soviético sumaron motivos para el resabio. Pero su actitud pendenciera se alentó desde su entrada en la OTAN (1999) por dirigentes pequeños de países grandes o medianos como Bush y Aznar. Se pretendía cimentar una nueva Europa emancipada del eje París-Berlín.

Ese populismo tiene amigos incondicionales en España. Vox comparte sus ideas en el Parlamento Europeo, en el Grupo de Conservadores y Reformistas acaudillado por LyJ y los Fratelli italianos. El portavoz de Vox Jorge Bouxadé apoya el reto polaco. Sostiene que la supremacía del derecho europeo sobre el nacional no está en los Tratados, que la UE está en precario desde 2008, sobre todo desde la crisis de los refugiados de 2015, y que son las instituciones europeas las que desafían a los estados.

Hay una norma no escrita por la que la entrada en la Unión de nuevos países que se sumaran a los seis fundadores se hizo en pequeños grupos. De uno en uno como Grecia (1981) o Croacia (2013), de dos en dos como España y Portugal (1986) o Rumanía y Bulgaria (2007), de tres en tres como Reino Unido, Irlanda y Dinamarca (1973) o Austria, Suecia y Finlandia (1995). Pero en 2004 se decidió la entrada en bloque de ocho países del Este más Chipre y Malta sin un control democrático suficiente. La actitud polaca no sólo envenena las relaciones en el marco de la UE. Vox ya es decisivo en varios gobiernos regionales, entre ellos el de Andalucía, y puede serlo para la gobernabilidad de España. El efecto contagio no es una broma.

La ausencia de una justicia independiente en Polonia a quien perjudica en primer lugar es a sus ciudadanos. Y, como ha dicho Javier Solana, la mejor garantía contra el autoritarismo es la UE.

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