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EN plena sequía veraniega de series nos aproximamos al oasis, pero qué oasis, de la quinta temporada de Breaking Bad (foto). El 15 de julio se estrenan los primeros ocho episodios y hasta el verano de 2013 no veremos los ocho últimos, que cerrarán una serie histórica a la altura, si no por encima, de las otras grandes del Olimpo, como Los Soprano, Mad Men, The Wire o A dos metros bajo tierra. Mientras, el seriófilo adicto tiene que conformarse con los restos de la programación habitual por estas fechas. Alguna cosa decente como The Newsroom de Sorkin -aunque por el momento, sin dejar de ser un producto de calidad, no alcanza el nivel de sus expectativas-, nuevas series que no aportan nada nuevo pero se dejan ver como Longmire, el regreso del pequeño fiasco que es Falling skies -ya no es cuestión de que nos creamos a sus pobres extraterrestres de serie B, sino a sus personajes y sus escenas- y luego, claro está, True Blood. Un verano más resucita uno de los grandes misterios de la televisión ¿Cómo es posible que alguien como Alan Ball, un guionista con un Oscar por American Beauty y el padre de la extraordinaria serie sobre la funeraria Fisher que antes mencionamos, sea también el responsable de este esperpento vampírico? Y aunque Ball ya haya confirmado que esta será su última temporada como productor ejecutivo -eso no significa que la serie se acabe, porque la HBO acaba de anunciar su renovación y la de The Newsroom-, mucha pasta ha tenido que cobrar para seguir ligando su nombre a este artificio engañoso. Puede tener los mejores créditos y canción de arranque de la tele actual. También a algunos de los protagonistas que ponen los dientes más largos al personal, aunque más ellos que ellas. Son legión las fans de Alexander Skarsgard (Eric), Ryan Kwanten (Jason), Joe Manganiello (Alcide) e incluso de Stephen Moyer (Bill), y en cambio solo Deborah Ann Woll (Jessica) suscita las mismas pasiones. Pero True Blood, que comenzó como una sátira política fantástica, ha terminado como un culebrón sobrenatural en ese Macondo de pacotilla que es Bon Temps. Si bien este año no tenemos de momento el empacho de criaturas y la tensión sexual -posiblemente la clave de su éxito de audiencia- entre los protagonistas ha bajado también el pistón. Para octubre se habrán pasado los calores. Aunque sea entonces cuando la televisión entre en erupción tras la calma anodina de lo que nos viene. Buen verano.

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