Manuel Barea

Crónica lotera

Un día en la vida

Se encuentran a veces perlas sobre una estera de libros usados a dos euros, es otra clase de pelotazo

23 de diciembre 2019 - 02:32

Como la vida sigue a pesar de la lotería, y sigue igual que siempre excepto para los agraciados con un pelotazo, ayer hubo que hacer lo mismo que unos cuantos domingos: trabajar. Porque también se trabaja los domingos... De pronto me he dado cuenta de que el azar coincide con la muerte: si te toca el Gordo dejas de trabajar los domingos, y hasta los martes y los jueves y, por qué no, toda la semana; y si te toca la Canina, también dejas de trabajar... y de jugar a la lotería. Así que ni una cosa ni otra; o sea, que por ahí tranquilos. Seguimos con más que ayer y menos que mañana, porque gastar hubo que gastar, no nos vamos a apuntar a estas alturas a la Hermandad del Puño. Si no hemos ahorrado antes, ¿para qué hacerlo ahora? ¿El futuro? Que le den por saco al futuro. Así que ayer hubo que trabajar; sí, otro domingo (concretamente aquí para contarles a ustedes que a unos cuantos suertudos les ha tocado la lotería. Hay que alegrarse por ellos. ¿Llegará el día en que los demás se alegren por nosotros? Lo dicho, que le vayan dando al futuro). Pues eso, que antes de ponernos a trabajar, hicimos lo que otro domingo cualquiera.

Por la mañana la Alameda estaba muy tranquila. Las atracciones que han instalado estas fechas estaban cerradas y los puestos del mercadillo que han instalado estas fechas estaban abriendo. Ya había gente en las terrazas desayunando y los turistas más madrugadores ya habían dejado sus habitaciones para patearse la ciudad y muchos de los los que tienen perro los habían sacado a pasear y a hacer sus cosas -que, esperemos, fueran recogidas- y un estanco del que me contaron que había vendido un número premiado en la lotería estaba cerrado, por lo que pensé que el propietario pasaba como de comer piedras de toda esa ceremonia de posar con un cartelón con el número porque, claro, al parecer tampoco era para tanto (aunque a quien le haya tocado tenga una opinión bien distinta y está dando aún a esta hora del lunes saltos de alegría, o igual está el nota más callado que en misa, puede que sea de la Hermandad del Puño y no quiere que lo descubran y empiecen a presionarlo con las convidadas de rigor), y al igual que él otra mucha gente pasaba de los cantos de los niños de San Ildefonso -algunos con más gallos que una granja y otros como un disco de 45 rpm pinchado a 33 rpm-, como el vendedor de libros usados, que estaba allí a lo suyo, como cada domingo, trabajando él también, quién sabe si para aprovechar la somnolencia ajena o simplemente ese punto de solidaridad dominical que puede llevar a alguien a interesarse por la mercancía. Se encuentran a veces perlas por dos euros sobre esas esteras librescas, es otra clase de pelotazo. Y con su propaganda. Una vez leí que uno de ellos había escrito sobre un cartón: "Los bares se valoran por sus tapas, los libros no". Eso sí que es un eslogan.

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