La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
Afortunadamente, Setién está en el Betis, ya que de lo contrario ya no vestiría Joaquín de verde, blanco y verde. Cuestión muy principal para creer que la estancia bética del cántabro es buena cosa para este Betis. Y lo escribo a pesar de cómo se añora el gol en este equipo, de cómo su fútbol de alta escuela no se corresponde con lo realizado de tres cuartos de cancha hacia delante y de ver cómo se le apaga la luz a la hora de la verdad.
La hora de la verdad en este hermoso invento del fútbol, así como en el toreo es la suerte de matar, es el gol. Sin gol no hay paraíso y en este Betis que encandila, el paraíso parece intocable por la ausencia de goles. Cinco goles en ocho partidos es hacer opciones al batacazo si no fuese por la cantidad de empates que ha propiciado un sistema defensivo tan solvente que apenas concede algo al rival de turno. O sea, que la cosa funciona igual que en el pasado curso, pero al revés.
En el pasado curso, los extravagantes 4-4 de Anoeta y el 3-6 con el Valencia en Heliópolis pusieron en entredicho la capacidad de Setién para que aquella infamia de Las Palmas lo pusiese a los pies de los caballos. Este año aún no se produjeron extravagancias ni infamias, pero se echa en falta ese preciado bien que en fútbol es el gol. ¿Problema de último pase o de definición? Creo que más de lo primero, pues no puede decirse que las ocasiones de gol hayan proliferado.
Sí que hubo algunas tan claras como las de Inui en Valencia, la de Francis en Vitoria, la de Sanabria con el Athletic o la meridianamente clara de Loren en el Metropolitano, pero son habas contadas. A todo esto, el Betis de Setién enamora por donde quiera que va y el solo hecho de que Joaquín continúe por su presencia en el puente de mando sería aval suficiente para que absolutamente nadie lo cuestione. Hasta ahí la reflexión, pero como el gol no llegue se oscurece el futuro.
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