La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Déjese asombrar por la Giralda

Tras la magnífica restauración de la Giralda es importante que también restauremos nuestras miradas para verla en su esplendor con asombro siempre renovado. Es propio de los lugareños, aquí y en todas partes, que la costumbre les empañe la mirada creando capas y más capas de desatención que van cubriendo la belleza de las cosas como hace el tiempo con las obras de arte. Cuando estas se restauran bien, como tan ejemplarmente se ha hecho con la Giralda, la obra recupera la belleza de sus detalles desgastados por el tiempo, los colores apagados por años y a veces hasta siglos, la pureza original de sus colores y sus formas. A ello debe corresponderse con una mirada igualmente limpiada de las adherencias de la costumbre y la rutina.

Es frecuente dar por visto lo que debe causar un permanente asombro. Con la literatura, la música o el cine no sucede. A condición, por supuesto, de que se lea, se escuche y se contemple bien. Las obras maestras siempre se disfrutan por primera vez con emociones que se van ahondando conforme pasan los años. A ellas se les puede aplicar lo que Heráclito dijo del río: nadie se sumerge dos veces en la misma obra. Las ciudades, en cambio, se dan por vistas, por sabidas. Se pasa con indiferencia ante lo que asombra a quienes lo ven por vez primera. Y lo mismo puede aplicarse a todo lo hermoso, por modesto que sea. Es privilegio del artista ver como nadie ve y plasmarlo en la obra para que todos, desatentos a las pequeñas bellezas cotidianas, lo veamos como si lo contemplásemos con sus ojos privilegiados. El arte enseña a ver. Las lozas, cestos y limones de los bodegones de Zurbarán. La lechera de Vermeer. La mujer tomando el té de Chardin.

Cuenta Romero Murube que un grupo de amigos, entre los que se contaba Cernuda, acompañaban a Juan Ramón en un paseo por Sevilla: “Al desembocar por alguna bocacalle a Mateos Gago, aparece en el cielo, inmediata, íntegra y absoluta, la Giralda. Juan Ramón interrumpe con naturalidad la animada charla y exclama para sí mismo, casi en voz baja: ¡Qué maravilla! ¡No tiene más que carne rosa!”. Quizás fue entonces cuando le nació por dentro la idea de la poesía en la que la llama gracia e inteligencia, tallo libre y palmera de luz, rematando con un hermoso “parece que se mece”. Aprendamos su lección. Restauremos nuestras miradas para ver, con asombro, cada día, sin acostumbrarnos, la Giralda restaurada.

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