León / Lasa

(Des) globalización

el periscopio

Hace poco casi todos elogiaban la globalización, pero cada vez son más las voces en contra por la desigualdad que ha traído

01 de octubre 2013 - 01:00

DE un tiempo a esta parte, y como un mantra que hace ya unos años comenzó a hacerse sospechoso, todo eran parabienes para con la, así bautizada, globalización económica. Renombrados economistas, los articulistas más sesudos e, incluso, el común de los mortales, se deshacían en elogios sobre esa corriente que permitía, alentaba y perfeccionaba un mercado global de objetos, servicios, capital y, menos, trabajo. Casi de la noche a la mañana pudimos disfrutar de gadgets de todo tipo a precios realmente competitivos y con niveles de calidad aceptables mientras gozábamos todavía de seguridades y salarios casi escandinavos. El mundo, como solía decir el malogrado Andrés Montes, aquel narrador deportivo, podía ser maravilloso. Ya entonces, allá por los años noventa, había majaderos que apuntaban que estábamos siendo engañados igual que lo fueron los indios taínos por Colón. Pero no hubo quien parara esa constante tentación de consumo en unos tiempos en los que el dinero parecía caer de las ramas. Nos daba completamente igual de dónde procedían los productos, en qué lugares se manufacturaran, cuáles eran las condiciones de trabajo, qué secuelas medioambientales arrastraban y qué consecuencias tendría para nosotros en un futuro cercano.

Ahora, sin embargo, cada vez son más las voces que se muestran contrarias a la globalización económica, porque, indican, significa una explotación de los recursos y mano de obra del Tercer Mundo y una pauperización progresiva, una subasta competitiva a la baja, de la oferta de trabajo de los países desarrollados. No hemos conseguido dignificar a esas naciones tropicales, pero estamos a punto de lograr que en Europa regresemos al Manchester de 1870. Esta semana el semanario The Economist, en un interesante artículo sobre la globalización (When did globalization start?), señala, entre otras cosas, que economistas como Stiglitz o Ha-Joon Chang defienden que la globalización no ha hecho sino incrementar el grado de desigualdad en el mundo. E incluso el FMI, en 2007, admitió que esos niveles de divergencia podrían efectivamente haber aumentado como consecuencia del fenómeno global. En abril del 2012, según una encuesta, sólo un 22% de los franceses pensaban que la globalización era algo "bueno" para el país. De cajón cuando se tiene tanto que perder a cambio de una cuantas baratijas low cost. Quizá sea tarde para revertir la corriente y que una vez más, como a los seguidores del flautista de Hamelin, nos han llevado adónde han querido. Para quienes estén muy interesados en el tema, el librito Votad la desglobalización, del ex ministro de industria francés Arnaud Montebourg se me antoja de lectura imprescindible.

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