¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Díaz brinda por Díaz

El logro de Ayuso es haber conectado con los madrileños de hoy, lo que no supo hacer Susana con los andaluces

En las casas de la derecha se descorcharon, la pasada noche del martes, no pocas botellas de champaña. Pero también cayó alguna que otra en las de la izquierda. El niño Errejón, por ejemplo, veía cómo su enemigo íntimo, el Rasputín Iglesias, tiraba la toalla entonando el "me tienen manía". ¿Y Susana Díaz? Seguro que en Triana se escucharon taponazos de Dom Pérignon. Un día es un día. Al fin y al cabo, el gran derrotado de la noche fue Pedro Sánchez, al que se le agota la suerte, como a Daniel Dravot y Peachy Carnehan en El hombre que pudo reinar. Los dioses no sangran, y Sánchez lo está haciendo a chorros.

Susana Díaz tiene la satisfacción de ver herido a su gran adversario, el hombre que en unos días la mandará al cadalso. Pero es una alegría fría, inútil, hueco resentimiento. Porque, al fin y al cabo, la victoria de Isabel Díaz Ayuso le recuerda a la líder socialista todo lo que no supo hacer. Y no nos referimos al encargo del Íbex 35 de frenar a Sánchez, sino a la incapacidad de la trianera de comprender a los andaluces de su tiempo. Estos días hemos visto cómo Ayuso ha sabido construir un discurso que ha conectado con los madrileños de hoy, que ya no se ven a sí mismos como obreros-milicianos o señoritos-alféreces, sino como ciudadanos que mezclan sin contradicción el casticismo y el cosmopolitismo, la Mahou y las infusiones de rooibos, los callos y el sashimi, el alma zarzuelera y la música electrónica (si es eso lo que se lleva en el ancho mundo). Madrid se gusta a sí misma -lo lleva haciendo desde los ochenta- y ha encontrado a su espejito mágico en Ayuso, una política que es mucho más que una simple marioneta. Populista, sí, pero no más que el resto de candidatos, si exceptuamos a san Edmundo Bal mártir. Frente a los mítines de la popular entre cañas y risas malévolas, la consigna del "No pasarán" se ha descubierto como lo que era, un recurso mediocre y triste. Pura naftalina para yonkis de la izquierda más perezosa.

Susana Díaz, decíamos, no supo captar cómo son los andaluces de su tiempo, mucho más parecidos a los madrileños de lo que algunos piensan. Trató a los ciudadanos como marujas acongojadas, como listillos de paguita y PER, como personas obsesionadas con la mamandurria. Nos habló como a niños ceporros, poniendo cara de mater dolorosa, vocalizando con exageración. El resultado es por todos conocido. Díaz no tiene, por tanto, ninguna razón para brindar por la otra Díaz. El triunfo de Ayuso es un doloroso recordatorio de su fracaso.

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